En junio de 2004, en compañía del experto en la sociología del tango, el profesor Rubén Berenblum, paseábamos por un parque "paqueto" de Buenos Aires, cuando dimos con un cartel publicitario de recuerdo imborrable: <Se ofrecen mucamas como las de antes>
Sirva su geografía urbana para ubicar a sus inmigrantes, mayormente féminas, de Indonesia (preferiblemente en Wanchai y Causeway Bay) y Filipinas (Central y Admiralty) a las que se adherirán, en menores proporciones, lo/as naturales de Vietnam, Bangla Desh y Tailandia. Ese equilibrio, asumido sin ningún atisbo de perplejidad, constituye una de las características básicas de este microcosmos en el que se pretende conjugar, con tanta voluntad como contrasentidos, la máxima (o slogan) que lo posibilite: <un pais, dos sistemas>.
La historia -su historia-, sin embargo, nos permite comprender que su incorporación a la Republica Popular China, no iba a suponer un fenómeno rotundamente inédito.
Esa bipolaridad viene precedida, de hecho, por la de de su violenta absorción por el entonces todopoderoso British Empire. Esta conoció de tres etapas; las dos primeras tuvieron al opio como eje, y ocasionaron el bombardeo de sus cañoneras, primero en 1842, a la propia isla y luego, diez años mas tarde, a la península de Kowloon; en ambas, la obligatoriedad de preservar sus fumaderos fue su imperativo argumental. La tercera y última aportó los "nuevos territorios", parajes isleños y continentales que confirieron algo de verde ambiental a lo que ya por entonces se vislumbraba como un verdadero hormiguero humano. En este caso, el tratado, pacifico, presupuso su cesión por 99 años.
Mi hermano Juan Manuel me explica como al vencer el plazo convenido, los nuevos chinos exigieron su devolución; eso si, acompañada por la de la isla y la península, algo que los ya decadentes británicos optaron sensatamente ( o resignadamente) por acceder. Por consiguiente, Hong Kong y su hinterland ya sabía bien lo que era eso de "un país", definido <colonia>, con dos sistemas: el de los ingleses quienes gobernaron por arribita, entiéndase, manteniendo un estricto control del trafico mercantil, y permitiendo a lo súbditos proseguir sus formas productivas prácticamente sin transformaciones substanciales en su vida cotidiana.
Ambos sistemas apenas mantuvieron incompatibilidades y, salvo ciertas repulsas a la arrogancia y el racismo con sus correspondientes represiones y escarmientos, la colonia se mantuvo como un enclave ajeno a la larga marcha que con su timonel al frente, ocasiono el mayor cambio en la larga historia de la legendaria Cathay.
En 1997 acabo la occidentalización de Hong Kong, y territorios afines. Estos, sin embargo, ya estaban plenamente insertos en "nuestro" way of life; de aquí que los pomposos propósitos que pretendían incidir en un <win win> pueden acabar como el rosario de la aurora: en las postrimerias del pasado verano, pensadores hongkonitas rechazaron la propuesta del sistema electoral exigido por Pekín. Este presupone que el nuevo gobernador de la excolonia deberá contar con el visto bueno del PCCH (Partido Comunista Chino, claro,).
De aquellos lodos, reconocidos como <Occupay Central> derivaron los lodos ya mundialmente reconocidos como "the umbrella revolution". Durante casi dos meses, zonas céntricas y muy transitadas, especialmente Admiralty, se vieron transformadas en un área de acampada cuya bandera amarilla invitaba a la aplicación de las normas democráticas de las que, a decir verdad, jamás, habían disfrutado en su estatus de colonia británica. Los ocupantes/estudiantes optaron por levantar las tiendas de campaña tras haber diseñado artísticamente su rebeldía en un mural bautizado como "Lennon Wall", hoy lamentablemente desaparecido. Ayer noche, 31 de diciembre, hubo quien reivindico el movimiento: toda una prueba de que la llama sigue viva. Y que el slogan establecido por los nuevos amos contiene mas paradojas que afinidades.
Mientras tanto, Hong Kong funciona. Es admirable la capacidad y esfuerzo de ciudadanos y administradores en hacerlo viable. Hace tres años comprobamos, atónitos, el sencillo y extraordinario repliegue de sus masas cuando, al acabar los faustos de fin de año, decenas de miles de personas se autoimpusieron un ordenamiento cuasiprusiano a la hora de reemprender el retorno a casa. Nada parecido a lo sucedido en la roja y capitalista Shanghay en que una sonada estampida de noche vieja (dos lunáticos lanzaron billetes falsos del un balcón del Bund) dejó 35 cadáveres en sus calles.
Hong Kon, si, funciona. Con ello deviene una genuina y ganadora marca en la competitividad global. Ciudad rascacielos; tras robar afanosamente espacio al mar y limitada por los bordes físicos terrestres, su única expansión viable es, todavía, ahuecando espacios hacia arriba. Las autoridades, conscientes, negocian con los prohombres del comercio y las finanzas para facilitar los accesos de los transeúntes.
Al mismo tiempo, sus diseñadores han puesto de relevancia un ejemplar sistema de transportes, aglutinando bajo la tarjeta milagrosa del "octupus" tranvías, autobuses, metros y ferris. Y todo bajo la vigilancia constante de financieros y comunistas, los primeros, herederos privilegiados del legado que dejara el liberal-aduanero Adam Smith; los segundos, nietos de quien mejor interpretara el sentido confucionistas de los colores del gato: Den Xiaoping.
Quizás sea esta la única vía de entrever la simbiosis que encierra el slogan. En este caso, solo permitiendo que. al amparo de la bandera roja de estrellitas amarillas, se de paso libre al "laissez faire" de los jerarcas del capital, cabrá encontrar la salida, ¿provisional?, al entuerto. Eso si, sacrificando igualdades sociales, acribillando insanamente la voluntad popular y negociando a la par los sátrapas de la ideología postmaoista y la de los dineros.
¿Aceptaran las gentes hongkonesas tales pactos? Difícil dilema.
Mientras tanto, miríadas de ellos transitaran a diario por las múltiples galerías de los pasos elevados y subterráneos, observando como la obscenidad de las firmas mas elegantes contrasta con las colmenas minúsculas en las que sobreviven. Si, en verdad, de ellos dependiera, ignoramos si escogerían entre la libertad o la igualdad. En su deshoje de la margarita esta la clave de su futuro.
Mientras tanto, los paladines del PCCh y los grandes monstruos de las financias respiran tranquilos.