El gran Lino Ventura y el cantante Jacques Brel, que además compone parte de la música del filme, protagonizan esta estimable, por ratos desternillante, comedia de Edouard Molinaro, uno de los cineastas franceses relevantes menos seguidos en España. Basada en un guión del también director Francis Veber (que hizo su propio remake en 2008), este título es célebre sobre todo por tratarse del material original que Billy Wilder utilizó para la que iba a ser su última película, Aquí un amigo (Buddy, Buddy, 1981).
La premisa, por tanto, es muy conocida: Ralph Milan (Ventura), asesino por encargo de intachable reputación, se desplaza a Montpellier para acabar con la vida de un testigo crucial en un juicio por corrupción; mientras espera en su habitación de hotel, justo frente al Palacio de Justicia, a que su víctima sea trasladada para testificar, su vecino de habitación, Pignon (Brel), representante de camisas que acaba de ser abandonado por su esposa, decide poner fin a sus días. Sus estrafalarios y escandalosos intentos de suicidio no dejan de llamar la atención tanto del personal del hotel como de la abundante policía que custodia los alrededores. Milan, al ver puestos en riesgo sus meticulosos planes, decide hacerse cargo del pobre Pignon para neutralizarlo o, llegado el caso, eliminarlo. Esa decisión introduce al asesino en una impredecible catarata de acontecimientos, a cual más absurdo, que llevan al límite la posibilidad de cumplir con éxito su misión, con el consiguiente peligro para su vida. El desesperado Pignon, su esposa (Caroline Cellier) y el nuevo amor de esta, el psiquiatra Fuchs (Jean-Pierre Darras), van a ser demasiado duros de roer para el carácter tranquilo y la profesionalidad de Milan, que se ve arrastrado por una irresistible, por momentos surrealista surrealista, fuerza mayor. Quien conozca bien la película de Billy Wilder observará, no obstante, variaciones en el desarrollo y, especialmente, en la conclusión. Wilder y su colaborador Izzy Diamond dieron una vuelta de tuerca más a la historia de Veber, la hicieron más redonda (también más improbable, más increíble) al retorcer el final y dirigirlo hacia el intercambio de papeles entre los protagonistas, aparte de que alteraron la posición de algunos gags en el equibrio final del guión y suprimieron otros. Con todo, al igual que ellos, Veber y Molinaro hacen descansar la construcción de la película en dos parámetros, las interpretaciones y el antagonismo de los protagonistas, y el diseño de las situaciones.
Así, un fenomenal Ventura compone un personaje hierático, frío, muy profesional, no altera por nada su rostro pétreo ni realiza ninguna acción apresurada o instintiva; incluso cuando improvisa ante los desaforados intentos de Pignon por quitarse la vida, lo hace con calma y controlando la situación, estudiando variables, estrategias, soluciones, intentando encajarlas sin que desvirtúen sus planes. Ventura sigue en la creación de su personaje el molde de tantos clásicos franceses e italianos del género criminal en los que participó. En cambio, Brel compone un personaje absolutamente ido, acabado, apático y llorón, extremadamente torpe, repleto de impericias, aliado con las casualidades más desastrosas. Brel conforma magistralmente el retrato del patetismo más descarnado. Su desesperación va acompañada de un efecto ventilador, apabulla todo lo que le rodea. El contraste del histrionismo casi infantil de uno con la sobriedad extrema del otro multiplica el efecto humorístico de las situaciones (ahí está, por ejemplo, el doble gag del ahorcamiento en la tubería del baño y, en respuesta, el golpe de la persiana en la habitación de Milan, presentado y preparado con la suficiente antelación y efectividad por Veber y Molinaro para que el estallido de la carcajada resulte inevitable) al tiempo que dota el trasfondo criminal de un suspense creciente que va ocupando subrepticiamente la película. Porque no se trata ya de si Milan podrá acabar con su víctima o si la policía lo atrapará; la historia consiste en si los continuos desaguisados de Pignon no impedirán el atentado de Milan, si no le hará imposible regresar al hotel a tiempo, si Milan, cada vez más inquieto y, también, desesperado, no terminará por matar él mismo a Pignon con tal de que le deje tranquilo… Sin embargo, así como la película mantiene el tono y el ritmo mientras la acción transcurre en el hotel, pierde algo de fuelle y se descentra cuando salta a la carretera, a la casa de campo de Louise o al hospital psiquiátrico, como si la comicidad se dispersara con el aumento de personajes y la variación de escenarios, y a salvo de logros puntuales, como el choque con el vehículo en el que viaja una embarazada camino de la maternidad (conservado por Wilder y Diamond en su versión, aunque retocado en su conclusión) o la confusión de identidades entre Fuchs y Milan (que es tomado por Pignon) que hace que el primero comience un tratamiento agresivo con el segundo en el momento más inoportuno, cuando debe volver al hotel para cometer su asesinato.
La acción, por tanto, prima sobre los diálogos, no especialmente relevantes salvo en algún destello puntual, y el humor definitivamente se diluye en el tramo final, en la secuencia de la huida por los tejados de Montpellier, donde la película ya ha abandonado el tono desenfadado y se introduce de cabeza en el thriller, del que apenas había echado mano salvo en el prólogo (el coche-bomba fallido) y la presentación del personaje de Milan. El epílogo, el desenlace conjunto de los personajes de Milan, Pignon y Fuchs, el psiquiatra cuyo estado mental, como en toda comedia, es más que dudoso, remite directamente a clásicos como Topkapi (Jules Dassin, 1964), y cierra irónicamente una historia en la que diversas capas de lo cómico y lo humorístico (la comedia bufa, el sarcasmo, el humor negro, la farsa, la parodia) conviven armónicamente para proporcionar un delicioso entretenimiento, un clásico contemporáneo de la comedia francesa, como se ha visto, recurrentemente versionado y repetidamente representado en el teatro.