¿Por qué buena parte de los españoles que nos declaramos de izquierdas damos la impresión de estar un tanto perdidos en el uso de términos tales como "pueblo, país, patria, gobierno, nación, España, estado"?... Al usarlos parecen similares pero no lo son. Para la derecha, sí; todo es lo mismo y va en el mismo saco. Los españoles que nos declaramos de izquierdas no deberíamos avergonzarnos de reivindicar el uso del nombre de España, la patria común que a todos nos acoge y ampara, No es solo de ellos, es también nuestra. Y deberíamos hacerlo sin vergüenza alguna, sin ningún tipo de remordimiento, sin amargura ni complejo de ninguna especie. Y para eso puede servirnos la poesía.
De ahí, mi atrevimiento de traer durante unas cuantas semanas, o mientras el cuerpo aguante, lo que algunos de los grandes poetas contemporáneos, poetas del exilio exterior e interior, pero españoles todos hasta la médula, han dicho sobre su patria común, sobre la nuestra, sobre España y su añoranza. Y es que, en palabras de Walt Whitman, "el poeta es el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz".
Hoy traigo hasta el blog al poeta Vicente Aleixandre. Nace en Sevilla el año 1898 en el seno de una familia burguesa. Estudia Derecho en Madrid y durante un tiempo ejerce como profesor en la Escuela de Comercio de Madrid. En 1917 conoce al poeta Dámaso Alonso que despierta en él el amor a la poesía. Publica sus primeros versos en la Revista de Occidente. A pesar de sus ideas izquierdistas permanece en España tras la guerra civil. Muere en Madrid de una hemorragia intestinal en 1984. Poeta de la Generación del 27, su obra presenta varias etapas que van de la poesía pura a la de vejez, pasando por la surrealista y la antropocéntrica. Recibe el Premio Nacional de Literatura en 1933 y el Nobel de literatura en 1977. En 1950 ingresó en la Real Academia Española. Les dejo con su poema "En la plaza":
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orillacomo el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón
de los hombres palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escalerasy adentrarse valientemente entra la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto
corazón afluido.
¿Allí ¿quién lo reconocería?, allí con esperanza, con resolución
o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también,
transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear que se movía,
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede
reconocerse.Cuando en la tarde caldeada, solo en tu gabinete
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con
mucho amor y recelo al agua,introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y
se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la
plaza.Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
"En la plaza"
Vicente Aleixandre
Y mañana nos vemos con el poeta Dámaso Alonso. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
Entrada núm. 2127http://elblogdeharendt.blogspot.comPues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)