Los trabajos más recientes de Mabel Poblet manifiestan el proceso de maduración que ha venido experimentando en sus años como creadora, que a decir verdad, todavía son pocos, aunque ciertamente intensos. Sus creaciones dan fe de una confluencia armónica de búsquedas precedentes, de ideas que en ocasiones habían sido solamente insinuadas. Para nadie es secreto que un elemento de peso dentro de su obra es la alusión a sí misma, ya sea de manera abierta o sutil. Hay quienes han llegado a decir que existe una relación equivalente entre su experiencia vital y su proceso creativo, y no están faltos de razón los que así piensen, pues Mabel es autorreferencial tanto en forma como en contenido. Sin embargo, la filiación arte-vida no se da en ella desde la perspectiva beuysiana, sino a través de una concepción del arte como catalizador de sus vivencias, sentimientos, deseos; que le permite mantener el estado de homeostasia con el mundo circundante.
Mabel nos convoca a un viaje introspectivo virtual y real hacia un desentrañamiento de las dimensiones biológicas y psicológicas del ser humano. Pone a disposición del espectador sus propios fantasmas, que pudieran ser los de cualquiera, porque ninguno de nosotros está exento de la inquietud que provoca la necesidad de mantener el equilibrio entre el universo interior y las leyes exteriores, llámense estas convenciones sociales, relaciones humanas de toda índole. Los signos distintivos serán la sangre y el color rojo que le es inherente. El rojo posee significaciones culturales ambivalentes y antagónicas. Indica peligro, en el lenguaje bancario representa las deudas, pero igualmente se le asocia con el color de la pasión, y en China con la vitalidad y la buena suerte. En el orden político es vinculado con la ideas de izquierda. La sangre por su parte, puede ser fluido de vida y muerte al mismo tiempo. Su propia función dentro del organismo, de llevar tanto el oxígeno como las impurezas del cuerpo, la hacen merecedora de esta categorización. La sangre ha sido asumida por muchas culturas como líquido purificador. En la Biblia alcanzamos el perdón de los pecados por el derramamiento de la sangre de Cristo, o en las religiones de ascendencia africana se utiliza como método para “limpiar” al feligrés, en los pueblos precolombinos se ofrecía sangre para calmar la furia de alguna deidad a través de los sacrificios humanos y mantener así el equilibrio natural. La sangre puede ser en su caso vehículo expiatorio de sus obsesiones personales. Es por eso que en la pieza Libación el acto del baño, o sea la limpieza literal, se relaciona con el recibo de la sangre, o limpieza metafórica. El hecho de que ni sangre ni espuma se contaminen mutuamente a pesar de su confluencia en el mismo espacio -esto se debe a que formalmente están resueltos para que no tengan contacto directo- tiene que ver en alguna medida con las relaciones de poder que ese establecen entre los individuos; ideologías que no se mezclan, caracteres incompatibles, tensiones irresolutas generadoras de silenciamientos y espacios de exclusión. En estas obras Mabel utiliza sus experiencias personales como una manera de aproximarse a planteamientos de carácter más universal que atañen a cualquier ser humano. Pero si antes esta alusión a sí misma se daba a modo de documento ahora su presencia es de carácter más poético. La relatividad de los conceptos, pero sobre todo, lo circunstancial de las relaciones de poder, son ideas que maneja a partir de fenómenos como la (in)comunicación o el vínculo entre la vida y la muerte, lo natural y lo artificial, lo biológico y lo psicológico.
Contrario a lo que pudiera pensarse la obra de Mabel no es agresiva, al menos no explícitamente. No alude a la violencia física, y aunque no se puede negar su existencia, esta es de carácter psicológico, más solapada, pero igualmente peligrosa. Sus imágenes son bellas, construidas con una visualidad en la que se advierte el cuidado por la impecabilidad formal, pero que no por eso dejan de contener un mensaje a veces tremendista. Aun cuando aparezcan unas piernas o un rostro ensangrentado estos no extrapolan el dramatismo teatral del propio hecho, sino que se presentan ambiguamente de manera sosegada, sin generar alteraciones en la percepción. El espectador puede observar, incluso placenteramente, estas escenas. La intención de la artista no es generar estados de horror o repulsión, sino más bien reclutar al visitante para este se convierta en copartícipe de su experiencia. Es por eso que tampoco toma partido, solo se concentra en presentar, porque a Mabel no le interesa usar la toga del juez sino decir lo que hay y, al mismo tiempo, proporcionar un espacio de confort. El modus operandi de esta creadora pudiera resumirse en ser indistintamente la mano que empuña la daga y la que cura la herida.
Vemos asimismo como ha incursionado en otras manifestaciones y se mueve cómodamente entre la fotografía, el video, la instalación. La técnica de la serigrafía sobre acetato ya no es omnipresente, aunque esto no quiere decir que la haya abandonado. Llama la atención que las obras de Mabel son en apariencia micromundos, cada uno con leyes propias, y ostensiblemente autónomos, y digo en apariencia porque la riqueza interpretativa que se obtiene al vincularlas unas con otras, es equiparable a la manera en que se conectan los órganos en el cuerpo humano. El vínculo que se establece entre las partes y el todo ha formado parte de la manera de expresarse de esta artista. No por gusto ha recurrido a las figuras sobre acetato que funcionan como entidades independientes y que a la vez son puestas a confluir como pequeñas fragmentos de una imagen mayor. En la pieza Ana, 2011, se vale de este mismo recurso pero sustituye los acetatos por bulbos de inyección llenos de líquido rojo. La imagen es la de ella misma pero asumiendo la identidad de una mujer enferma de leucemia, trueque este que redunda en la idea de la ambivalencia de la sangre, que aquí deviene causa de vida y muerte. El hecho de convertirse en chivo expiatorio es una nueva arista de su trabajo, que hasta ahora había sido bastante autobiográfico. Las vivencias de ambas se imbrican enriqueciendo lo representado y se crea así una nueva identidad. Con esta pieza amplía el diapasón de sus creaciones porque ahora puede asumir historias ajenas como propias y aprovechar el caudal semántico de esta pluralidad de hechos para contar.
La obra de Mabel ha sabido engranar los presupuestos ideoestéticos de sus trabajos precedentes con nuevas concepciones del hecho artístico. Utilizando la autorreferencia como piedra angular, exterioriza preocupaciones sobre la naturaleza del hombre. Conceptos como el poder y la comunicación forman parte en sus piezas más recientes. Asimismo se detiene en la relación entre los pares antagónicos de lo absoluto y lo relativo, la vida y la muerte. Para esto se vale de las posibilidades simbólicas de dos elementos que devienen imprescindibles en el plano discursivo como son la sangre y color el rojo. En lo formal también se evidencia una posición inclusivista, pues asume otras manifestaciones artísticas como vía de expresión. Estamos pues en presencia de un salto cualitativo en la creación de esta joven artista. El camino aún es largo, pero desde ya Mabel augura una carrea prometedora.
Chrislie Pérez
La Habana, diciembre de 2011