Desde cuando tengo este blog, nunca había dedicado un post al cine, aunque el cine es creo el arte visual por excelencia, visto que es más “democrático” de la pintura, más complejo de la fotografía y el padre de muchas de las más modernas formas de arte visual que están afirmándose en los últimos tiempos. He decidido romper este involuntario silencio sobre el cinema, hablando de una hermosísima película polaca que he podido disfrutar hace dos semanas. Se trata de Ida, una película en blanco y negro de Pawel Pawlokowski que mucho de vosotros habrán visto y que no creo deje indiferente a nadie. Habla de Anna, una joven novicia en la Polonia del 1960 que, a punto de tomar sus votos como monja, se embarca en un viaje a la búsqueda de su identidad y de sus raíces, descubriendo un terrible secreto relacionado con su familia…es una película delicada que la enmarcaría en el movimiento “slow life” porque, a diferencia de la tendencia cinematográfica actual, en la que prima la velocidad a expensas de la reflexión, los tiempos de Ida permiten no solo reflexionar, si no también detenerse en los detalles y esto se lo he agradecido un montón al director. La elección del blanco y negro, del formato 4:3 y de total ausencia de movimientos de cámara, no han sido una casualidad, al contrario, ha sido una elección precisa del director para intentar obtener una historia que fuera intemporal y universal. Para los que quieran, os dejo un link a una video entrevista al director.
En este post quería enfocar sobre todo el tema de la fotografía; Ida ofrece unas imágenes altamente poéticas y estéticamente refinadas; la composición de las escenas es siempre muy cuidada; la luz tenue del norte nunca es la protagonista principal, si no que sirve para enmarcar los momentos y solo en un segundo momento, uno se da cuenta de su belleza y de su fuerza para ayudar a describir una emoción, una situación o un estado ánimo. En muchos encuadres las personas están desplazadas hacia un lado u ocupan el tercio más bajo del fotograma, dejando los demás dos tercios para el entorno y la escena donde se materializa la acción; esto amplifica la sensación de descubrimiento continuo que vive la protagonista, tanto interior (en si misma) como exterior (lugares e historia familiar) y al mismo tiempo, mantiene la atención del espectador en las expresiones de los protagonistas, siendo estos los únicos elementos en movimiento en toda la escena.
Es un trabajo que nos permite reflexionar, aprender y simplemente disfrutar de la historia y de las imágenes; una experiencia que aconsejo vivir tanto a los amantes de la fotografía como a los del cine.