Presidió la charla el espíritu de cada vigneron a través de sus fotos (¡algunas, por lo menos dos, hechas ex profeso para la ocasión!: las de Camille Loye y Manuel das Dores Simôes) y la Alegre Compañía se puso en marcha guiada por un entusiasta y feliz Merlín (bueno, alguien lo llama Príncipe de Beukelaer, otros lo confundirán con Arturo, pero yo creo que es más Merlín que otra cosa). El camino no era fácil y más de uno (a ojos vista estaba) se quedó en el camino, entre sorprendido y desconcertado por la cantidad de especímenes únicos que la Madre Naturaleza nos mostraba. Empezamos en el Piemonte, donde el filósofo vigneron, Teobaldo Cappellano nos dio la bienvenida con una sonrisa de oreja a oreja, sombrero de paja y toscano en ristre. Murió viendo con sus ojos los viñedos de Serralunga d'Alba y con su corazón el cielo de Eritrea. Un hombre único para la restauración de una bebida única: Barolo Chinato Extra Vecchio. De la nebbiolo de Cappellano nace el Chinato más ilustrado, más sensible, más de contemplación, infusionado con quina, ajenjo, cinamomo, otras especias y azúcar de caña. Un vino de más de treinta años para un aperitivo que nos decía "el camino será largo y duro pero la búsqueda del Grial tiene esas servitudes". Pura seda, monte en la copa, el corazón del Piemonte. Un vino único. Se comentó: yo lo prefiero como digestivo, tras los postres y con horas de charla por delante. Los Italianos suelen tomarlo con un poco de hielo, pero yo prefiero que salga fresco de la nevera, sin más. Cruzamos los Alpes entre sonrisas y chanzas y empezamos a oler a prado húmedo, a cuajo, a pan recién horneado, a fermentación en estado puro. Pierre Overnoy nos esperaba junto a Emmanuel Houillon, en Pupillin (junto a Arbois), con su Arbois 2000. La pureza de una vinificación que hermana el Jura con el Marco, la presencia de la Saccharomyces Juratica (se propuso por allí...), que le da cuerpo y entidad a la savagnin, nos regaló un vino eternamente joven: una boca espectacular, acidez brutal, impactante, para una nariz suave y delicada. El acero se torna pan, nariz y boca se complementan en un oxímoron impecable. Nueces verdes, algo de especias exóticas, no esconden la verdad: el secreto está en la levadura.
La búsqueda de la imperfección que da la lealtad al territorio, a la historia de la cultura del vino y a las uvas del lugar, nos dio un breve respiro. Pasamos esa noche en Arbois de nuevo, en casa de Camille Loye, con su Arbois 1989. Al calor del hogar y de los rescoldos de un fuego que se está ya apagando, la Alegre Compañía se relajó con un tinto de los de antes, que mostraba ya ciertos síntomas de fatiga. De trousseau, una de las uvas tintas emblemáticas del Jura (con la poulsard y la pinot noir), este 1989 ofrecía alguna cereza del fondo del cesto, una hermosa pero ya debilitada estructura y la sensación de que quizás la trousseau no esté para dejarla envejecer tanto. Merlín se apiadó especialmente de la Compañía a la mañana siguiente. Amaneció frío y brillante el cielo y Pegaso acudió puntual a la cita para depositarnos en un periquete (por suerte, la Quimera dormía todavía...) en Chinon. Charles Joguet, Chinon Cuvée de la Cure 1989. La cabernet franc en estado puro, y desbocada. Lleva corriendo veintidós años y está todavía en fase de aceleración. Muy impactante aroma varietal (pirazinas galopantes, decía Luis), racial, con mucho carácter, imperfecto (apuntaba Ignacio), vino muy fresco y, al mismo tiempo, denso. Pongamos esos pimientos verdes al calor del hogar, démosles vueltas durante horas y bebamos el vino con una buena hogaza de pan. Ese es Joguet. La penúltima travesía de este nada llano país que es Francia, prometía una estancia más larga y jugosa, de nuevo a la vera del Ródano. La Borgoña, Cornas y Saint Joseph se abrían para unas horas más relajadas. O no...porque la probablemente última vendimia de Phillipe Engel (o quizás la penúltima, no sé la fecha exacta de su muerte en 2005) parió un René Engel Clos Vougeot 2004 no apto para paladares delicados. Este Clos Vougeot es una de las grandes expresiones y compañías para la caza: huele a vegetal, tiene unos taninos y una rusticidad de impacto, y lleva la sangre de becada y los perdigones en su código perdido. Del muy cotizado Jacky Truchot-Martin (las manos más callosas de la velada, sin duda) y su Morey-Saint Denys Clos Sorbes 2005 nada puedo decir. No nos cuenta nada de lo que suele, se muestra cerrado por completo y nos cita de nuevo para dentro de un par de años, por lo menos.
La búsqueda de la última puesta de sol sobre el océano nos llega con la última, la gran, travesía. Tierra de barros que recoge el sol del atardecer sobre Bairrada. Los vinos del Sr. Manuel das Dores Simôes son palabra de dios, es decir, de Dirk van der Niepoort. Y hay que prestarles la debida atención y respeto. De nuevo el Dores Simôes Quinta do Canto 1995 sorprende por una inusual finura. La brocha gorda, bastante habitual en la zona, es sustituida aquí por la suave extracción de una fruta de cepas viejas (sobre todo de baga) y por una buena acidez que ha permitido a este vino llegar en condiciones a nuestros días. Quizás su lugar en la demostración le perjudicó un poco (estaba demasiado tímido en mi boca tras el volcán Trollat), pero quedó el recuerdo de que los vinos de Dores Simôes son, quizás, los más espirituales y borgoñones de Portugal entero. De entre los no fortificados, claro...Aparecía ya el planeta vespertino en el horizonte cuando, justamente, llegamos a la última maravilla de la noche. Justa porque nos dejaba a las puertas del Marco, donde a pesar de todos los pesares (incluídas legiones de bebedores fantasmas, contumaces ignorantes de las maravillas que en él se siguen haciendo) la más respetuosa y longeva tradición se mantiene. Aunque hay que decir que el vino era, casi la defición sensu contrario: ¡Merlín con sus bromas! Agustín Blázquez, Jerez, Pedro Ximénez Viejísimo Carta Azul. Por supuesto, sin añada, pero con la intuición de no menos de treinta años a las espaldas de estos toneles, estamos ante un PX de Montilla que se hizo en la bodega histórica de Blázquez en Jerez. Lo especial de este vino es que no se encabezó jamas y sus azúcares se fueron consumiendo hasta llegar a los actuales 8% (¡ocho!) de alcohol. Un sirope de PX con toda la pureza de una PX virgen y todos los aromas de la antigua pastelería andaluza y marroquí en el interior de la copa: miel oscura de caña, pan de higos, café torrefacto, avellanadas tostadas, hojaldre y alfajor. Muy complejo y denso, nos abrió las puertas a la Revelación final: el Santo Grial no es una copa. Son muchas copas, en sitios muy distintos y hay que saber buscarlas siempre en la mejor compañía posible. ¡Esa fue mi suerte, la noche del pasado 27 de enero de 2012, en Monvínic!
Postscriptum. Por la foto que nos regaló Luis Gutiérrez al final de la sesión, ¡esta búsqueda incansable promete una segunda etapa! Aprovecho para agradecer a mi compañera de mesa, Elena, las fotos que me pasó. Sin ellas, este post hubiera quedado más cojo de lo que quizás esté...
Postscriptum ii. Lo siento. No me gustan los posts tan largos, pero éste tenía que ser inevitablemente así. Por el tiempo de lectura (¡de promedio!) que los lectores dedican a cada post de este blog, o leen muy rápido o se quedan a medio camino. Será una señal: !sólo algunos llegaréis a este final!