Independencia de Cuba

Por Enrique @asurza

La isla de Cuba representaba para España uno de sus territorios más ricos en potencia. Durante el siglo XVIII se había desarrollado una política económica basada en las inversiones masivas en plantaciones de azúcar, tabaco y café, productos muy apreciados en Europa.
El auge económico había creado una aristocracia terrateniente criolla y una clase comercial rica con afanes expansionistas. Pero sus sentimientos separatistas se disiparon ante el temor que les inspiraba la revolución de Haití. Dado que la población negra, esclava o libre, superaba a la blanca, el criollo se mantuvo dubitativo durante décadas y prefirió la garantía de orden que implicaba la presencia del poderío español. Mientras el continente hispanoamericano se separaba de España, Cuba prefirió no seguir sus pasos. La oligarquía criolla no deseaba perder sus privilegios ni sus esclavos, base de su economía y de su jerarquía social.
Durante el gobierno de Luis de las Casas, a fines del siglo XVIII, se advirtieron los primeros movimientos favorables a la independencia. El primero provino del negro libre José Antonio Aponte, cuya conspiración antiesclavista fue sofocada en 1812. Para calmar los ánimos y evitar lo que sucedía en sus otras colonias, España suprimió el estanco del tabaco y concedió una cierta libertad de comercio.
En 1820 vuelve a proclamarse la Constitución de Cádiz. Cuba envió a Cortes tres intelectuales encabezados por Félix Varela, quien pidió la abolición de la esclavitud y el reconocimiento de la independencia americana. El retorno del absolutismo fernandino en 1823 obligó a los tres diputados a refugiarse en Estados Unidos. Varela se convirtió así en el forjador de la conciencia independentista y cívica de la isla.
Los agentes de la Gran Colombia, infiltrados en el país, introdujeron la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, duramente reprimida en 1823. También la sociedad secreta mexicana del Aguila Negra se proponía eliminar la amenaza que representaba Cuba, como base española en América. El fracaso del Congreso Panamericano de Panamá (1826), de inspiración bolivariana, abortó estos proyectos. Francisco de Agüero y Manuel Sánchez, insurrectos precursores de la independencia, fueron ajusticiados en Camagüey en 1826.
En 1833 la metrópoli envía a Cuba como capitán general a Miguel Tacón, que gobernó con mano de hierro y se ganó el odio de la clase ilustrada criolla por el destierro que impuso a ilustres intelectuales como José Antonio Saco, de ideales autonómicos y antiesclavistas.
Durante el gobierno del general Leopoldo O'Donnell, en 1844 se reprimió una supuesta conspiración de esclavos, llamada de La Escalera. O'Donnell aprovechó para mezclar en ella a intelectuales moderados como José de la Luz y Caballero y Domingo del Monte, para desembarazarse de ellos.
Los primeros hechos de armas importantes tuvieron lugar a mediados de siglo. Los promovió un general español de origen venezolano, Narciso López, quien preparó unas expediciones financiadas por los intereses anexionistas norteamericanos, una en 1850 y otra en 1851, ambas fracasadas. López murió ajusticiado.
Joaquín de Agüero en Camagüey e Isidoro Armenteros en Trinidad, se sublevaron en 1850 para independizar el país, con escaso éxito.

Simultáneamente a estos movimientos que propugnaban la violencia separatista, existían otras dos corrientes políticas acariciadas por la burguesía azucarera y cafetalera criolla: el anexionismo y el reformismo.

La primera aspiraba a integrar la isla a la Unión norteña, donde se esperaba el disfrute de la doble bendición de las libertades políticas y la conservación de los esclavos; la segunda favorecía una política que condujera gradualmente a una creciente autonomía insular, previo blanqueamiento de la población mediante una masiva inmigración de españoles que neutralizara el peligro de la abrumadora mayoría negra del país.
En Oriente, la provincia más levantisca de Cuba, un ilustre abogado y terrateniente de Bayamo, Carlos Manuel de Céspedes, proclamó la independencia el 10 de octubre de 1868, emancipó a sus esclavos y encabezó la guerra, a la que se unieron Aguilera, Maceo, Mármol, Agramóme y Cisneros Betancourt.
La cruenta lucha terminó en 1878 con la Paz del Zanjón, en la que ambas partes se hicieron concesiones. El general Arsenio Martínez Campos neutralizó a los insurrectos y consiguió prolongar el dominio español en Cuba durante veinte años más. No obstante, el general cubano Antonio Maceo no aceptó la Paz y tras la Protesta de Baraguá prosiguió el combate, pero pronto fracasó y marchó al exilio.

Ideario martiano

El alma de la segunda etapa independentista, José Martí, fue un decidido demócrata que pretendió una Cuba libre y equidistante tanto de España, que la sometía, como de los EE.UU., que él preveía que la podía someter con otro tipo de cadenas más sutiles. Fue hostil al movimiento autonomista, que propugnaba cierta independencia de España pero manteniendo la garantía de su ejército, y también al anexionismo, que propugnaba la fusión con los EE.UU, como un Estado más. Su pensamiento entronca con el bolivariano en la idea de una fusión continental de los pueblos americanos de expresión española, como lo recoge su famosa frase Una es la América desde el río Grande hasta la Patagonia. Había bebido en las fuentes del pensamiento del Libertador su empeño de un gran estado parlamentario hispanoamericano.
Martí logra consolidar en 1892 al Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo programático era la independencia de Cuba y Puerto Rico. En sus labores de organización Martí contó siempre con la colaboración del patriota puertorriqueño Eugenio María de Hostos. En 1895, al reunirse con el dominicano Máximo Gómez, ambos dan a la luz el Manifiesto de Montecrisli, en el que se llamaba a la unidad de blancos y negros, ricos y pobres para luchar por la constitución de una república asentada sobre una amplia difusión de la pequeña propiedad rural y presidida por el sentido de la justicia, constituyéndose así en el gran aglutinante de todas las fuerzas sociales cubanas. Al estallar la guerra en 1895, Martí cayó combatiendo en Dos Ríos, en la región oriental de la isla, el 19 de mayo de 1895. Con él se iba uno de los cerebros más preclaros del continente, un gran revolucionario y demócrata parangonable a Bolívar, San Martín, Lincoln y Juárez.

El general Martínez Campos, que había vuelto en 1895 como gobernador, se considera fracasado y señala como su sucesor al general Valeriano Weyler. Éste inaugura una política militar que consistía en retirar a los insurrectos el apoyo del campesinado mediante la concentración de éstos por la fuerza en las ciudades, lo que produjo epidemias y muertes masivas por inanición. Carente de una base campesina que le alimentara, los cubanos comenzaron a sufrir serios reveses, militares.
Las presiones norteamericanas y la opinión pública cubana obligan a España a relevar a Weyler y a conceder a Cuba la plena autonomía a finales de 1897, pero la medida resultó tardía.
La prensa norteamericana, en primer lugar la dirigida por el magnate William Randolph Hearst, apoyó la causa cubana y azuzó a la opinión pública de su país contra la presencia española en Cuba. La voladura del acorazado Maine (febrero de 1898) significó la oportunidad que esperaban los EE.UU. para intervenir en la guerra a favor de los cubanos. El presidente MacKinlcy, al principio reacio a la guerra, obtuvo la autorización del Congreso norteamericano en abril de 1898 mediante la Joint Resolution (Resolución Conjunta), que comenzaba con las palabras Cuba es, y de derecho debe ser, libre e independiente... El 22 del mismo mes la escuadra de EE.UU., al mando del almirante Sampson, bloqueaba los principales puertos de la isla. Había comenzado la guerra hispano-cubano-norteamericana.