Con Thomas Bernhard nada es fácil. Quien sólo lo conozca de oídas pensará en alguien más bien pesimista, autor de una escritura desabrida y rencorosa, prestada a unos personajes desvalidos y mezquinos. Una escucha atenta muestra algo bien distinto. El teatro del escritor austriaco se adentra en unos demonios familiares que conocemos bien. Todos los que se molesten en prestarles atención, claro, y debatir con ellos.
Ante la jubilación nace de la experiencia asombrosa que puede conducir a un país, en este caso Alemania, a descubrir que el presidente de unos de sus länder, Baden-Wurtemberg, fue un conspicuo miembro de las SA antes de la guerra y juez sumarísimo de la Marina del Reich durante ella. El escándalo, publicado en Der Spiegel en 1978, terminó con su dimisión. Hans Filbinger vivió desde entonces entre la rehabilitación pendiente de los suyos -el partido social-cristiano CSU- y la vergüenza silente del resto del país sabiendo que no era el único caso.
Bernhard se inspira en estos hechos para escribir una obra que no tiene ningún afán documental sino que quiere detenerse en sopesar el ocultamiento de una vergüenza. Krystian Lupa, que ya ha dirigido más veces a este autor, nos la exhibe dentro de una estancia cerrada y oscura, apenas iluminada por una ventana que, cada vez que se abre, alguien conmina para que se cierre y no escape una brizna de ese pequeño mundo que forman los tres hermanos. La familia funciona como una célula cerrada a cualquier influencia exterior. Clara es la única que lee la prensa. Malvive con la paradoja de despreciar las convicciones nazis de sus hermanos mientras está confinada en una silla de ruedas por una bomba americana que cayó en su colegio. Vera es la ama de casa que sólo vive para su hermano, Rudolf, al que considera su salvador, que sobrevivió a diez años de escondite tras la guerra y ha logrado abrirse camino como juez en la ciudad. Viven de recuerdos, de un pasado tan escalofriante como cierto que aún aspiran a recuperar. Ese día es 7 de octubre, aniversario de Himmler. Rudolf lo celebra todos los años con una cena a la que acuden algunos antiguos compañeros de la SS que, como él, han logrado reintegrarse a la vida de la nueva Alemania. Algunos han muerto, y otros prefieren ya pasar página. Así que ese año cenarán solos. La cena se convierte en un aquelarre delirante con uniforme y trajes largos.
Sigue leyendo en Nuestro Tiempo...
Fotos: Felipe Mena
Publicado por Felipe Santos
Felipe Santos (Barcelona, 1970) es periodista. Escribe sobre música, teatro y literatura para varias publicaciones culturales. Gran parte de sus colaboraciones pueden encontrarse en el blog "El último remolino". Ver todas las entradas de Felipe Santos