Por Juan Diego Quesada para El Pais
Los galeristas acuden a Maco ilusionados con las perspectivas económicas de México, aunque aún le falte cultura coleccionista
‘Calamar’, del peruano Johann Koeng, en Maco. / S. G. (EFE)
La pantalla de plasma se funde a negro.A continuación se escucha una voz castigada por el alcohol y el tabaco: “Me daban 300 pesos (20 dólares). Bien poquito para estar arriesgando la vida”. Quien habla es un sicario de Joaquín El Chapo Guzmán, el narcotraficante mexicano más popular, en un vídeo que el artista Andrés Orjuela ha rescatado de Youtube para su exposición. Después el sonido de una motosierra y unos gritos hacen que el visitante intuya lo que está ocurriendo.
En Zona Maco, la feria de arte contemporáneo del DF, abundan las instalaciones locales inspiradas en el crimen organizado. La norteña Teresa Margolles (Culiacán, Sinaloa, 1963) ha sido reconocida por sus obras creadas a partir de las huellas de los crímenes que tanto abundan en su tierra. Son fruto de sus incursiones en los depósitos forenses. La pujanza del evento a nivel internacional desmiente, sin embargo, que solo exista ese México negro plasmado por algunos artistas. Las perspectivas de crecimiento económico para el país -matizadas con algunos indicadores negativos en 2013- hacen que los galeristas tengan que marcar en rojo las fechas del evento. “Este es un país en auge. La gente del mundillo tiene cada vez más claro que tiene que dejarse ver”, resume Cristina Yagüe, de la galería española Javier López.
Linda Yablonsky, una de las críticas más reconocidas del arte contemporáneo neoyorkino, está encantada con la efervescencia de la feria. Considera que esta tiene algo que el resto no: la Ciudad de México. “La gente en Nueva York me pregunta si es peligrosa. Niego con la cabeza. Pocas ciudades son tan hospitalarias como esta. La mayor amenaza es venir con la mente estrecha”, razona.
Por la moqueta desfilan hombres con pajarita y tirantes y mujeres de aspecto sofisticado. En la mano llevan cafés de cinco dólares o cócteles a base de tequila que prepara con esmero un barman en una esquina. El visitante se va cruzando calamares gigantes de resina, artefactos semejantes a las primeras naves que se enviaron al espacio o cuadros de colores que alineados de una determinada manera adquieren significado. Uno de los atractivos de este evento que reúne a 1.500 artistas es poder contemplar 30 piezas de maestros como Miró, Picasso, Dalí y Calder. Algunas de estas obras roza el millón de dólares.
“Lo disfrutamos aunque no somos expertos. ¡Nos gusta ver todo esto lleno de colores y vida!”, cuenta Federica Ortíz, una veinteañera de Naucalpan, en el extrarradio de la Ciudad de México, acompañada de su novio. En breve van a casarse y él le propone comprar una fotografía de lo que parece un luchador romano. Está valorada en 10.000 dólares. “Cállate, chistosito”, zanja ella.
La feria mexicana quiere disputarle a Arco, el encuentro madrileño, el título de faro del arte contemporáneo hispanoamericano. La española tuvo que buscarse nuevas fechas para este año y el siguiente después de que la mexicana fechara su undécima edición a principios de febrero, el mes reservado históricamente a Arco. En la península se interpretó como un gesto hostil. El medio centenar de galeristas que intentan participar en ambas agradecen que finalmente no coincidan en el tiempo.
Zona Maco ha ido creciendo poco a poco. Cada año se incrementa la presencia de expositores y colecciones internacionales. Ya es, por derecho propio, uno de los eventos culturales más relevantes de América Latina. Fiel a su fama de feria irregular, el miércoles, el día de la inauguración, el pabellón estuvo abarrotado pero el jueves fue un día más bien flojo. “Hoy no he vendido nada, espero que sea porque la gente anda de resaca”, señalaba una artista cubana.
El pelo rojo de la galerista española Juana de Aizpuru podía verse desde leguas. Esta pionera de las ferias del arte, de hecho fue la creadora de Arco en 1982, muestra su colección por primera vez en el evento mexicano. Está encantada con la organización y la estructura de la feria pero cree que le falta rodaje y tiene todavía que cumplir con la misión de fomentar en el país una cultura del coleccionismo. Por su stand desfilan muchos curiosos con la posibilidad de invertir pero no terminan de confiar en su propio criterio. “La gente no está acostumbrada a comprar. No conocen a artistas celebérrimos que son de dominio público. Esa es la misión de una feria. En Frieze (Londres) la gente decide sobre la marcha y en Madrid ahora también. Cuando empezamos en arco era mucho más duro. Supongo que aquí tiene que ocurrir igual”, explica. Ha vendido más bien poco pero ante el interés de la gente ha mandado obras por email, ha echado mano del stock y ha mantenido interesantes conversaciones sobre arte. Es un comienzo. Asegura que repetirá el año que viene.
Le feria de Maco (la organización esperaba 40.000 visitantes) se divide en cinco secciones. La principal, donde se encuentran las galerías nacionales e internacionales; la de arte moderno dedicada los maestros de la vanguardia; nuevas propuestas, con artistas emergentes; zona Maco sur, una selección hecha por la propia dirección de la feria; y diseño, un espacio de piezas funcionales. Sin ser demasiado puntillos al cruzar por determinadas zonas, la visita se puede prolongar durante dos horas. El visitante tiene la opción de ir. O no. Para los galeristas ese margen es cada vez más estrecho. Nadie quiere perderse el Mexican Moment.