En esta realidad resulta extremadamente difícil que los jóvenes y los niños, con un criterio todavía en ciernes, entiendan que el placer está en la moderación y el gusto está en saborear un elemento y no tanto en sus efectos inciailmente euforizantes y desinhibidores.
La inmensa mayoría de nuestros niños tienen el primer contacto, se toman la primera copa en el entorno familiar y, generalmente, en los ambientes festivos. Imitan a los adultos a los que ven gozando de unos bienes con amplio reconocimiento.
Propalar los peligros del alcohol tiene entonces escasa acogida. De las prohibiciones generalizadas ya vimos la desastrosa experiencia de los Estados Unidos y la ley seca en el primer tercio del siglo pasado.
Pero las intoxicaciones alciholicas infantojuveniles representan un peligro real y los esfuerzos para reducirlas requiere la participación de todos: familias, enseñantes y sanitarios.
Lo difícil es enseñarles a los crios la distancia que media entre el botellón y el Moët Chandon o entre un carajillo de Magno y una copa de Vega Sicilia. Encontrar el punto justo entre el disfrute y la toxicidad es un esfuerzo, sobre todo, cultural. Por eso habríamos de brindar.
A vuestra salud y feliz año nuevo.
X. Allué (Editor)