Cuando oímos hablar de las bondades de la Macrobiótica y, sobre todo si alguien nos relata su propia experiencia y los beneficios que ha obtenido al practicarla, es inevitable sentir el impulso de probar.
Sin embargo, la Macrobiótica tiene la inmerecida fama de ser complicada en su ejecución y seguimiento y esta premisa suele con frecuencia disuadir a quienes la observan desde lejos. En primer lugar quiero desmentir categóricamente este supuesto. El método Macrobiótico plantea una alimentación sencilla con productos básicos y preparaciones fáciles al alcance de cualquiera. ¡Vamos a verlo!
Por ejemplo, para empezar, la Macrobiótica considera el arroz como un producto básico. ¿Quién no ha comido arroz? Forma parte esencial de la tradición culinaria de nuestra cultura. La legumbre… lentejas, garbanzos, judías… Esto también le suena familiar ¿verdad? ¡Pues ya tenemos una base interesante!
Seguro que también ha oído hablar de las semillas de calabaza, de girasol, de sésamo… ¡Cuántas reuniones de juventud entre las entrañables pipas! Y… ¿el pescado? Qué decir de las verduras… en un país plagado de huertas. Pues mire… Con esta selección ya podríamos hacer una dieta macrobiótica muy aceptable.
Como estamos hablando de una pauta alimentaria centrada en preservar la salud, tenemos, además, que asegurarnos de que la calidad de los productos que utilicemos sea óptima. Para ello vamos a seleccionar alimentos que cumplan con tres características importantes:
1. Han de ser Naturales; es decir, que se hayan cultivado con métodos tradicionales, sin adición de productos dañinos (herbicidas, pesticidas, abonos o aditivos químicos, radiación…) y no sometidos a manipulación genética. Esto lo encontramos en los productos comercializados con certificación de ecológico o biológico, cada vez más presentes en la oferta comercial.
2. Han de ser Completos y contener todas sus partes; evitaremos, por tanto, los alimentos “refinados” que han sido manipulados y despojados de valiosos nutrientes. Para ello vamos a recurrir siempre a lo que hoy denominamos productos “integrales”.
3. En lo referente a los alimentos frescos y perecederos como las frutas y las verduras, intentaremos que sean locales y de temporada; que se hayan producido en un entorno similar al que habitamos en el momento de consumirlos. Para tal fin, evitaremos frutos traídos desde países lejanos o cultivados fuera de su tiempo en condiciones modificadas. Estos requisitos serían obviedades para nuestras bisabuelas tan sólo unas décadas atrás, antes de que la industrialización desvirtuara los diversos eslabones del sector alimentario. De todo ello el punto que puede resultar un poco más innovador es el de consumir los productos “integrales”. El hecho de ser o no ser “integral” tiene una importancia fundamental en los cereales como el arroz, la cebada o el trigo.
Por errores de la historia, en nuestro medio, lo normal es vender y comprar estos productos “refinados”. El término “refinado” aplicado a los alimentos puede resultar un tanto confuso ya que, en contra de lo que pudiera parecer, nos está indicando que el producto en cuestión ha sido estropeado; en el caso del cereal, desprovisto de su piel y de su germen, y por tanto empobrecido sustancialmente en sus cualidades nutritivas. Por tanto, en el tema que nos ocupa, todo lo “refinado”, sea cereal, harina, aceite u otros, debe ser rechazado si nuestro propósito es estar bien alimentados/as y sanos/as.
Por suerte, introducir los “integrales” en el menú diario es bastante sencillo; sobre todo si quien cocina lo hace con acierto y toma la precaución de no prevenir a los comensales de la modificación incorporada. Quizá sea esta la única ocasión de la vida en la que el secreto está justificado. Esto lo recomiendo con absoluta seriedad; cuando usted emplee en la cocina un producto no habitual, no lo desvele hasta que haya sido ingerido y digerido. Los prejuicios no ayudan en absoluto al avance del proyecto cuando nos planteamos mejoras en nuestros hábitos alimentarios. Si observa sus propios comportamientos y los de sus convecinos, es muy probable que llegue a la conclusión de que, en cuestión de comidas, tendemos a ser muy conservadores y poco abiertos a la exploración; salvo honrosas excepciones, claro.
Hay otro aspecto importante que tendremos que abordar. Todos/as sabemos que, con demasiada frecuencia, se comen cosas que, lejos de favorecer nuestra salud, la ponen en riesgo. Por tanto, habrá que plantearse reducirlas progresivamente. Para ello vamos a poner en marcha un juego de sustituciones. El primer producto a reubicar es el Azúcar, omnipresente hoy en la dieta cotidiana de la mayoría de la población y fuente inequívoca de múltiples problemas de salud. Sacarla de nuestras vidas requiere del deseo de hacerlo y de algunos trucos. Un buen recurso es la fruta ya que cuenta con un alto contenido en fructosa con la que que tenemos asegurado el sabor dulce, sobre todo si la cocinamos. Por ello vamos a cederle a ella el lugar que ocupaban la bollería, pasteles, natillas o flanes.
Elaboraremos, por ejemplo, una compota o una mermelada de frutas de temporada, sin emplear azúcar ni miel ni fructosa ni otros edulcorantes o endulzantes en su reparación. Si jugamos con el tiempo de cocción obtendremos diferentes resultados. ¡Atrévase a experimentar! También se puede asar la fruta con muy buenos resultados. En ocasiones o para los/as muy enganchados al azúcar, se puede adicionar un puñado de fruta seca (uvas, ciruelas o higos pasos u orejones). Al cocer la fruta, añada, por favor, una pizca de sal; no la apreciará su paladar; pero cumplirá una función de reequilibrio bioquímico y energético que tiene su trascendencia.
El número dos de la lista lo ocuparán las Carnes y sus derivados; entiéndase embutidos, carnes curadas como el jamón y la cecina, fiambres, patés, etc. El lugar que ocupan en nuestros menús lo vamos a cubrir por un lado con Pescados y ocasionalmente con otros animales de mar (calamar, sepia, mejillones, almejas, gambas…) y con nuestras tradicionales Legumbres. ¡Subamos las legumbres a los altares de nuestras cocinas! Lo merecen. Proteínas y minerales en abundancia libres de colesterol y grasas saturadas y fibra alimentaria para proteger la salud intestinal. Eso sí; siempre muy bien cocidas, preferiblemente a presión y durante tiempos largos. Acompañadas con verduras de temporada darán un apetitoso resultado digno de los/as mejores gourmets. Versátiles, nutritivas y sabrosas se amoldan fácilmente a cualquier momento del año.
En tercer lugar nos vamos a ocupar de la Leche y los derivados Lácteos, productos controvertidos que en las últimas décadas han invadido nuestros frigoríficos para beneficio de la propia industria láctea y, sobre todo, de la farmacéutica. Si quiere estar sano/a aléjese de ellos. Puede simplemente retirarlos de la dieta, porque no son necesarios en absoluto; pero si está muy apegada/o a ellos, para dar los primeros pasos le recomiendo recurrir a las bebidas o leches de arroz o de avena, según la preferencia de su paladar. Evite los postres o termine las comidas con una tacita de una infusión que no contenga excitantes (ni teína, ni cafeína) en lugar de hacerlo con yogures, natillas o precocinados lácteos. La fruta también puede ayudarnos en esta ocasión. Las semillas de calabaza, de sésamo o de girasol pueden servir para desplazar a los quesos o al chocolate.
Las Harinas son, en la actualidad, uno de los protagonistas de la dieta habitual en nuestro entorno; panes, galletas, bollería, salsas, precocinados, pastas, pizzas, hojaldre… en su mayoría refinadas o falsamente etiquetadas como integrales. Productos pobres en nutrientes y ricos en calorías que mancillan la imagen de los mal considerados hidratos de carbono. Para conseguir una alimentación de calidad es prioritario incluir en ella de manera regular cereales integrales. Entre ellos nos resultará más familiar el arroz integral y por él deberemos empezar; pero hay otras muchas y deliciosas opciones si nos decidimos a tantear el mijo, la cebada, la quinoa, el trigo sarraceno… Todos ellos fáciles de utilizar, nos ofrecen múltiples posibilidades a la hora de diseñar los menús, aportando además valor nutritivo, solidez, saciedad, variedad y paladar. Serán la base perfecta de una alimentación saludable por lo que, progresivamente, habrán de ir formando parte de nuestro sustento en cada comida del día.
A falta de espacio para completar esta relación, no quiero dejar de mentar las omnipresentes bebidas: el Alcohol, los Refrescos, el Café… Beber sin sed y comer sin hambre son dos grandes y reiteradas equivocaciones presentes en nuestra vida social. Debiéramos buscar opciones alternativas a este modo de hacer si deseamos reforzar nuestra salud. En todo caso, habremos de comenzar por reducir este hábito y, cuando sea preciso beber, optar por productos naturales, libres de alcohol, azúcar, aditivos o excitantes. Alguna infusión, cafés de cereales, caldos de verduras, té de tres años, té mu, licuado de zanahoria y/o de apio u otras verduras o pequeñas cantidades de zumo de frutas pueden servirnos para el estreno. Este puede ser el comienzo. ¡Manos a la obra! Sin duda alguna, merecerá la pena el empeño. Un poco de paciencia y el deseo de cambiar para mejorar serán suficientes. Pida ayuda si lo necesita. Su cuerpo, su mente, sus emociones y todo su ser le agradecerán la decisión.