(Image source: espacio.fundaciontelefonica.com)
La historia siempre se repite. Allá donde uno vaya se encuentra gente con cámara al hombro, en la mano o colgada en el cuello. Las personas no podemos movernos sin inmortalizar cada paso que damos. Es una necesidad imperiosa la de comunicar al otro aquello que tenemos ante nuestros ojos y tememos que no pueda llegar a verlo a lo largo de su vida.
Quizás hay mucho más detrás, como puede ser la vanidad (predominio de la cara de la persona sobre la totalidad de la fotografía), una manía (querer fotografiar todos los lugares que se visitan por primera vez) o porque es lo que se lleva en nuestros días (entiéndase esto el abrir una cuenta en la red social Instagram). Múltiples flashes en apenas sesenta segundos llenan los minutos de los ociosos.
Aquí todo vale, no hay censura alguna y menos arte (en gran parte de ellas). Cuando lo que abunda es todo esto no estamos ayudando, o mejor dicho, no estamos cooperando a llenar de belleza y sabiduría el histórico visual de la sociedad.
La fotografía es un profesión y, al igual que el periodismo, está sufriendo la plaga de cuantos inician su andadura sólo por mera diversión porque, como ya he dicho, es la moda. Ahora muchos periodistas se han especializado en el fotoperiodismo, y hacen bien ya que el mercado les necesita. El mercado de la historia, la documentación, la comunicación, la investigación necesitan material gráfico para apoyar la información y facilitar su comprensión a los ciudadanos. Es difícil imaginar un mundo sin un impacto mediático en nuestros días, y qué mejor que ese impacto sea realizado por expertos en la materia.
Con esto no estoy queriendo decir que se deje de fotografiar, pero sí de hacerlo de manera compulsiva, como si la vida fuera en ello. Fotografiar es un arte y por tanto requiere de maestría. Hay que saber contemplar y detectar aquello que sea de interés; tener paciencia ante los continuos cambios de la realidad envolvente, y mostrar respeto, guardando las distancias en momentos que así lo requieran (intimidad, honor, reputación).
Mi padre tiene una frase muy ilustrativa para reprimir las ganas de disparar fotografías: “me estoy fotografiando encima”. Por qué no nos limitamos a fotografiarnos encima de vez en cuando. Dejar que el entorno entre directamente por nuestras pupilas y esas instantáneas queden grabadas solamente allí. No hay nada malo en ello. Ahí uno siempre gana. Puede pararse a admirar, contemplar, caer en los detalles y, sobre todo, compartir con otros lo visto. Y todo ello en el más riguroso directo.