Insistencia

Por Arquitectamos
Ayer, buscando un dato por internet, me topé con varios comentarios muy negativos hacia este blog y hacia mí. Lo asumo, claro que sí. Si yo me arrogo el derecho de decir lo que me dé la gana de quien me dé la gana tengo que admitir que quien quiera diga de mí lo que quiera. Estaría bueno. Pero sí que reconozco que me pasó como al profesor que ya cuenta con que sus alumnos le van a poner un mote, y a veces incluso trata de adivinarlo intentando examinar sus propios defectos. Al cabo del tiempo se entera por fin del mote que le han puesto y se queda a cuadros: Nada que ver con ninguna cosa que él hubiera podido imaginarse. Y cree (como todos) que justo eso que le han puesto (lo que sea) no tiene nada que ver con él. Pues eso me pasó ayer. Me quedé un poco desanimado porque sé que tengo muchos defectos y que merezco críticas e incluso escarnios por muchos motivos, pero jo...lines, ¡es que fueron a decir unas cosas que...!
(Además me dio mucha vergüenza que no me criticaran aquí, en mi blog, en mi casa, en la sección de comentarios que está abierta para todos, sino que lo hubieran hecho en ese otro sitio adonde yo había ido para leer una cosa. Me dio mucha vergüenza ser un tonto famoso, un bobo ecuménico). Sí que hay un momento de desazón -ah, pero tú bien que criticas a quien quieres e incluso te burlas de quien te da la gana sin que te tiemble el pulso-, e incluso, pero sólo un momento, te dices que este blog para qué, que tanto escribir bobadas para qué. Pero sigo. Insisto. Insisto como Richard Rodgers y Lorenz Hart, que no sabéis quiénes fueron. Porque no sabéis quiénes fueron. No me vengáis ahora con que sí, que sus nombres os suenan vagamente. No. No tenéis ni idea. Pero para eso me tenéis a mí.
Rodgers (sentado al piano) y Hart en 1936
Richard Rodgers era un músico, y Lorenz Hart era un letrista. Juntos compusieron varias canciones; entre ellas, en 1934, una para una película titulada Hollywood Party en la que aparecían un montón de estrellas capitaneadas por el Gordo y el Flaco y había un montón de actuaciones musicales. Tantas y tan buenas que esta de Rodgers y Hart se suprimió en el montaje final. No pasó la criba porque era una ñoñez: Consistía en que una joven inocente recitaba sus oraciones. (Bueno, las cantaba, pero la salmodia era tan lenta y solemne que era más un rezo recitativo que un canto). La película era, como su título, una fiesta en Hollywood, y una tierna niña rezando no pegaba y le quitaba el buen rollo a todo. A la porra la birriosa canción.
Hay canciones que no salen. No pasa nada. Se tiran las partituras a la papelera y a otra cosa, mariposa. Pero a los autores les gustaba esta y le quisieron dar otra oportunidad.
Le cambiaron radicalmente la letra y el título (ya no venía a cuento la niña rezando. (Bueno, ni antes tampoco)), que pasó a ser The Bad in Every Man (La maldad que hay en todo hombre), y la colocaron en la película Manhattan Melodrama, de ese mismo año 1934. (Fueron muy rápidos). La película se tituló en España, con muchísimo morbo pero con mucha vista comercial y mucho oportunismo, El enemigo público número uno. Y es que es una película de gángsters que fue a ver el tristemente famoso John Dillinger, el verdadero "enemigo público número uno", a quien, cuando salía del cine, probablemente con esa dulce y todavía muy lenta melodía en la cabeza, acribillaron a tiros unos agentes del FBI que lo estaban esperando.
John Dillinger
La película tuvo esa morbosa publicidad inesperada, pero ni por esas la canción despegó. La verdad es que nadie se había fijado en ella. (Repito que me gustaría pensar, no sé por qué, que Dillinger sí).
Pero los autores aún no se habían cansado de la canción. Le dieron una tercera vuelta -todavía en 1934- quitando todo resto de maldad y limpiando la sangre salpicada e hicieron una balada romántica a la que titularon Blue Moon.
Y entonces ya sí. Pelotazo.
La Casa Loma Orchestra la puso en el número uno de las listas en ese mismo 1934, y en seguida el gran Benny Goodman la tomó para su repertorio. A partir de ahí todos los grandes la fueron incorporando y se convirtió en un standard.
Al principio se podía adivinar o intuir aún su origen como canción oratoria. Se interpretaba con un tempo lento, incluso maestoso, y tenía una solemnidad que hoy se nos antoja un poco cursi. Por ejemplo:
(No sé de cuando es esta grabación, pero está interpretada al estilo inicial, lentamente)
Como buen standard, cada artista la adaptó a su gusto y a su manera, pero en general todos la hicieron un poco más rápida.
Podría poner versiones de un montón de músicos, pero una vez más sucumbo ante The Lady, que cantándola más rápido que en el ejemplo anterior le sabe dar (como siempre) mucha más nostalgia, más sentimiento, más dolor. Y de los solos de los instrumentos ya no digo nada. Escuchadlos:

Y como una gran canción lo aguanta todo fijaos lo que hacen con ella estos disparatados y megahorteras duduaderos de The Marcels:

Se dice lo de siempre: que les faltaba un tema para completar un disco que estaban grabando, y que buscaban alguno popular para adaptarlo a su duduá, y que en algún descanso, en la cafetería o en la sala de grabación, empezaron a tontear con una base coral y uno de ellos se puso a cantar por encima Blue Moon, cuya letra no se sabía bien. Dicen que la grabaron tal cual, sin preparar nada, pero yo creo que se nota que la ensayaron durante al menos diez minutos.
Y la canción sigue y seguirá, gracias a la insistencia de sus autores, en quienes me miro para insistir con este blog y para brindároslo siempre, aun en vacaciones.
Y, de verdad, aquí tenéis abiertos los comentarios para decir lo que os parezca. En serio. Que me lo tomo muy bien. (Bueno, vale, muy bien muy bien, lo que se dice muy bien...)
Felices vacaciones
Ah, y si queréis clicar el botón g+1 que aparece aquí debajo pues estupendo. Pues muchísimas gracias.