La telefonía móvil, los ordenadores, internet y las llamadas redes sociales han potenciado la intercomunicación entre todos los lugares de la tierra, cosa impensable hace sólo unos años. Los jóvenes utilizan estos medios para entrar en contacto con otros jóvenes, para encontrar nuevas amistades, para crear comunidades y redes, para buscar información y noticias y para compartir ideas y opiniones. Las familias se comunican fácilmente, aunque sus miembros estén muy lejos unos de otros; los estudiantes e investigadores tienen acceso más fácil e inmediato a documentos, fuentes y descubrimientos científicos, y pueden así trabajar en equipo desde diversos lugares. Todo ello contribuye indudablemente al progreso de la humanidad.
El desarrollo y la popularidad que estos medios han alcanzado responde al instinto sociable del ser humano, al anhelo de comunicación y amistad que está inscrito en nuestra propia naturaleza, reflejo del amor comunicativo y unificador de Dios, que quiere hacer del mundo una sola familia. En realidad, cuando nos abrimos a los demás, nos hacemos más plenamente humanos. Pero no basta favorecer el desarrollo de la comunicación entre las personas. Es preciso cuidar además la calidad de los contenidos que ponemos en circulación. En éste, como en otros campos, no vale todo. Es, pues, necesario que la ética dignifique y modere los avances en este sector tan importante de la vida social. Por ello, cuantos trabajan en el mundo de la comunicación han de respetar la verdad y la dignidad de la persona; han de promover además la cultura del diálogo y la amistad, evitando compartir palabras e imágenes degradantes para el ser humano, excluyendo aquello que alimenta el odio y la intolerancia o lo que explota a los débiles e indefensos.
Las nuevas tecnologías han abierto caminos para el diálogo entre personas de diversos países, culturas y religiones, permitiendo encontrarse y conocer los valores y tradiciones de otros. Las nuevas formas de comunicación están favoreciendo también la amistad entre las personas y los pueblos. A través de la amistad, un auténtico valor que embellece nuestra vida, crecemos y nos desarrollamos como seres humanos. Por ello, hemos de procurar no banalizar estas experiencias. La adquisición de nuevas amistades a través de internet no puede ir en menoscabo de nuestra disponibilidad para la familia, nuestros amigos y las personas que entretejen nuestra vida. Eso sucede cuando el ordenador se convierte en un ídolo y el deseo de entrar en contacto con otros degenera en algo obsesivo. Entonces la persona se aísla, se alteran los ritmos del descanso y se carece de tiempo para la familia, el silencio y la reflexión, necesarios para un desarrollo sano y equilibrado de la persona. Sería deseable también que la ética regulara la participación en las redes sociales y en los llamados blogs, en los que el anonimato y la impunidad pueden producir daños irreparables a las personas, para lo que sería necesario algún tipo de regulación legal.
Efectivamente, el medio digital no es un mundo paralelo o puramente virtual, sino que forma parte de la realidad cotidiana de muchos, y en este mundo hay que anunciar también a Jesucristo como camino, verdad y vida del mundo, fuente de sentido y de esperanza para todos, pero muy especialmente para los jóvenes. Nuevas tecnologías de la comunicación y redes sociales no son realidades ajenas a la Nueva Evangelización, sino complementarias, pues la Iglesia tiene que ofrecer al mundo el mejor tesoro que posee por todos los medios a su alcance.
Al tiempo que saludo con respeto y afecto a los profesionales de los Medios de comunicación social, a los que agradezco el servicio que prestan a la Iglesia haciendo de altavoces de nuestra noticias, a todos os envío mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
(5 de mayo de 2013)