"Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver. . .
Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos. . ."
(Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar)
La próxima vez que pongas tu pie izquierdo sobre el suelo del dojo, hazlo como si de verdad entraras en la muerte. Antes de unir las manos en gasshô mira por encima de tu hombro lo que sea que te parece que son tus riberas familiares: la ropa que te disfrazó del mundo antes de llegar al dojo, los amigos que te acompañaron hasta el umbral, los libros que fueron llevándote implacables hasta allí, los hijos que dejas menos felices de lo que habrías querido..........
...... adelanta el pie derecho y entra. Es improbable que físicamente la muerte tenga mandado alcanzarte en el poco tiempo de un zazen pero si por casualidad o suerte fuera, allí la muerte te puede encontrar con los ojos abiertos.
Dicen que entonces se vive para siempre y que los mundos, todos, se vuelven lugares para pasear y volver y volver a marcharse. Dicen, pero yo no lo sé porque no me doy cuenta de que me haya pasado. Y no me importa vivir eternamente. Lo que sí me importa y mucho es que toda la vida que viva incluido el justo momento entre dos nadas cuando (como me enseñó un amigo del alma) "se entrega la cuchara", sea en paz, con honor y sin cuentas pendientes.
De eso tengo que ocuparme aquí y ahora. Por si acaso :)