“Los inuits, quienes viven en el Ártico, construyen figuras de piedra con forma humana llamadas inukshuks“. Ahí queda eso. ¿Que de dónde lo saco? De un libro. De un libro que ha traído a casa mi hijo… de cuatro años.
Y tengo más: “Los tuátaras son reptiles que viven en las islas más pequeñas de Nueva Zelanda” o “Los miembros de una misma familia maorí se agrupaban en tribus llamadas iwis“. Y yo que me conformaba con que fuera feliz a clase, le inculcaran buenos valores, y supiera contar hasta diez. Qué falta de ambición. Los deben estar preparando para Saber y Ganar. Ya me veo con Jordi Hurtado.
Intento imaginarme la escena en clase: la profesora hablando sobre los inuits y los niños aguantando la respiración. Y al final, a repetir todos: inukshuks. Después, todos al patio a jugar a los maoríes. Qué duro es ser maestro. Eso sí, si le pregunto a mi hijo por los inuits pone cara de póker. Seguramente no quiera dejarme en evidencia. Espero que en realidad no tenga ni idea de lo que le hablo porque desconectó en cuanto escuchó a la profe desvariar sobre el tema. Sería una gran prueba de inteligencia.
Me preocupa seriamente que en dos años empiecen con los deberes. A ver si no voy a dar la talla. Tendré que estudiar por las noches. Y en exámenes tomarme algún día libre. Tal vez deba ir adelantando.
Y después de todo esto nos llevamos las manos a la cabeza cuando sale un ranking del nivel educativo y España queda en los últimos puestos. ¿Cómo puede ser? ¿Acaso en otros países estudian más a fondo las tribus del Ártico? ¿Qué habrá en sus libros? ¿Serán más gordos que los nuestros? Habrá que tenerlo en cuenta en la próxima reforma educativa, que llegará pronto.
Parecemos empeñados en atiborrar sus cabecitas con la excusa de que “a esta edad son esponjas”. Inglés indispensable, chino en cuanto pueda, y música también por favor. Y si el cole no es suficiente, los apuntamos a extraescolares. Todo para adentro. Pero que hagan deporte también.
Les enseñamos a ir en fila, a colorear sin salirse de las líneas, a pintar cada cosa de su color, y a repetir canciones, poesías, villancicos y adivinanzas como loritos bien entrenados. Qué monos son. Todos igual. Todos a la vez. Qué bien queda en los festivales del cole.
Yo quiero que mis niños prueben a colorear fuera de las líneas si les parece. Me apetece que pinten el cielo de rosa y las vacas en naranja. O del color que más les guste. Quiero que manden, con mucho respeto, al cuerno a los inukshuks. Quiero que se inventen las canciones y los juegos. Que empiecen de cero algo que no exista, algo suyo. Quiero que sean niños. Y yo quiero hacer todas esas cosas con ellos.