Prefiero pensar que mientes, que no me dices toda la verdad, que en tus sueños aparecen otros labios, otra piel. Puede que estés con alguna Carolina o alguna Sandra, españolas ellas, guapas a rabiar, pero morenas siempre, aunque tú hayas sido siempre más de rubias. Así es más fácil, o será más fácil, porque de momento me despierto en mitad de la noche con taquicardias. Ella será espontánea y divertida, te hará reír, y tú saldrás por un momento de ese letargo, de ese abotargamiento. Pensarás por un segundo que la vida tiene sus momentos bonitos. Y no te sentirás atado a nada porque no la querrás, no sentirás el deber de devolverle el amor que ella te entregue, no te dolerá la barriga al mirarla a los ojos y pensar que le estás fallando. Y así irán pasando los días y olvidarás el dolor bajo esa pátina de indiferencia con la que observarás el mundo.
O quizá sea una Nata, colombiana ella, con las uñas largas y pintadas, la melena larga, que solo diga tonterías y se ría por todo. Por eso ya no dices “correrse”, sino “venirse”. Alguien así te podría acompañar en estos momentos. Ella te hablaría tierna y consentida, te haría reír y olvidar, te explicaría anécdotas, como que se discutió con una clienta grosera, no te sabría cocinar, pero pediríais un sushi y antes de las 10, volvería a su casa corriendo. En realidad, ni yo me creo mis historias, pero tendré que hacer un esfuerzo.
Por eso hoy me toco pensando en otro, porque hace una eternidad que no nos sentimos, porque nos echo de menos, pero no puedo correrme con nostalgia. Aunque al final siempre me viene tu imagen, la pregunta que me hiciste en diciembre, tus manos apretando mis costillas y acercándome más a ti. Tu cara mirando al espejo, mi espalda arqueada, tus manos queriendo aprisionar cada parte de mi cuerpo, como si tuviesen memoria y así pudieran conservarme durante más tiempo.
No te laves las manos solo porque te sientas culpable.