La presa, de la mano de Irène Némirovsky, fluye por las subterráneas aguas de la pasión que no encuentran su verdadera salida, y no se nos debería olvidar que, cuando las aguas negras se estancan, despiden el hedor de la derrota; una derrota que deviene en pura desesperación cuando lo único que en verdad se quiere es el amor. Amar, soñar, viajar…, perder, oler, tejer…, pulir, sentir, redimir…, en una interminable sucesión de palabras e imágenes evocadoras de sensaciones y sueños que nos llevan hasta ese punto final en el que la asunción del error de toda una vida malgasta por la búsqueda de una falsa ambición nos deja sin las fuerzas suficientes para volver a empezar. Quizá, porque dentro de la derrota, no haya una mayor maldición que la desesperanza de la cadena perpetua de la sinrazón; un lugar donde anida el olvido de los condenados por una sociedad que se sabe perversa, pues sólo admite el triunfo de las falsas verdades. Y ahí es donde la autora de esta novela se muestra implacable con el ser humano, quizá también, porque en esta ocasión nos advierta (cual exploradora de las entrañas más vitales), del recóndito abismo que esconde la ambición.
Ángel Silvelo Gabriel