1. En primer lugar, miro el precio y toco la prenda/el calzado: si no es suave ni agradable al tacto, se me enciende el chip de la mala calidad: no quiero comprar basura.
2. Si es un zapato, puede que huela a plástico, y por ende, sea de mala calidad. Precisamente hoy he entrado en Mary Paz. La tienda en general apestaba. Para hacer la prueba del algodón, me he acercado un zapato a la nariz y efectivamente, olía a plástico malo. Si unos zapatos nuevos huelen mal, ¿qué puedes esperar de ellos? No sé por qué sigo entrando a esta tienda. Otro tanto me pasa en Blanco. La zona de los zapatos es putrefacta. No hace falta ni tocarlos para saber que no merecen la pena. Otras cosas quizá sí (he dicho quizá), pero zapatos... zapatos creo que no.
En fin, como digo, si pasa la prueba de la vista, me suelo llevar la prenda a casa. No sin antes volver a mirar el precio y valorar si de verdad merece la pena. Tengo vestidos en el armario que me he puesto sólo una vez y eso que cuando me los compré pensaba que me los pondría más. Mi problema es que nunca miro básicos. Siempre me voy a lo más rimbombante: faldas o vestidos que luego apenas me pongo para ir a trabajar y, claro, no los amortizo. En cambio, camisas blancas o vaqueros me vendrían muy bien; pero no me llaman la atención cuando voy de tiendas. Qué le voy a hacer. Es mi asignatura pendiente.
En el caso de los zapatos, cuando me los pruebo, no deben hacerme daño (aunque eso no lo sabes realmente hasta que no has ido al trabajo con ellos: 10 minutos andando, subirte a a un metro, bajarte, hacer transbordo, subirte a otro, bajarte, 15 minutos andando, subir cuestas, dar cera, pulir cera...).
Total, que hoy no me he comprado nada. Creo que debería cambiar de tiendas. Primero he estado en mis básicas: H&M, Zara y Blanco. Pero nada. Todo malo/raro. Después, les he dado sendas oportunidades a Stradivarius, Pull and Bear y Bershka y he salido con cara de asco (sobre todo de la última, con esa música machacona que, como bien dicen en un grupo de Facebook, invita más a pedirte un cubata que a comprar). La ropa es malilla, y claro, con mi modo catalana encendido, no he considerado ninguna prenda digna de soltar pasta por ella. Y yo me decía: "¿Pero de verdad no te gusta nada? mira qué de cosas. ¿Ni un bolso, ni un zapato, ni na? Y me contestaba yo misma: ¡Noooo, déjame en paz, maldita compulsiva, me quiero ir a casa a cenar, a dormir, a descansar! ¿Qué hago aquí? Es más, ¿Por qué me tienes aquí?".
Al final, después de una dura lucha con mi otro yo, el sensato, gané y me probé unos shorts muy baratos pero que, de cortos que eran, podrían pasar por las bragas de mi señora abuela; un par de vestidos y unas camisetas. Como era de esperar, nada de todo esto me convencía; y es que con mi cara de acelga después de trabajar, ya me puedo poner un vestido de Doña Letizia que no voy a llegar ni a Belén Esteban (por lo de "princesa del pueblo", y tal). Eso sí, cuando vuelves a casa habiéndote gastado 0 €, te sientes orgullosa. O triste. Otros días no puedes decir lo mismo. En fin, "las gallinas que entran por las que salen", José Mota dixit.