Isaac y Jacob, 1637, de José de Ribera

Por Lparmino @lparmino

Issac y Jacob, 1637, José de Ribera. Detalle: Isaac
Museo del Prado


Este lienzo, de grandes proporciones aunque con una composición apaisada poco habitual en la pintura del valenciano, consta documentado por primera vez en 1734, cuando fue salvado de las llamas que asolaron el antiguo alcázar madrileño. En aquella fatídica noche no sólo se perdió uno de los edificios que había definido la imagen de la antigua monarquía gobernante, los Austrias españoles; con él desaparecían algunas de las pinturas más destacadas de los principales pintores del XVII. Nunca sabremos con exactitud la pérdida patrimonial que supuso aquel pavoroso incendio. De entre todos los lienzos que decoraban sus paredes, este, el Isaac y Jacob del pintor valenciano José de Ribera, fue salvado de las llamas. Más tarde se documenta en las colecciones reales hasta que después de la invasión napoleónica y tras una breve estancia en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, pasa a engrosar los fondos del Museo del Prado desde 1854.

Isaac y Jacob, 1637, José de Ribera
Museo del Prado

La historiabíblica que nos describe Ribera es la de un engaño. Jacob acaba de adquirir la primogenitura por un irrisorio plato de lentejas de su hermano Esaú. Su padre, Isaac, anciano y ciego, descansa en el lecho, esperando la llegada de una muerte demasiado cercana. Es entonces cuando se consuma el engaño: Jacob disfraza su brazo con una piel de carnero para así tratar de disimular su piel lampiña y aparentar ser el velludo Esaú. El padre toca el brazo y pese a la incertidumbre a la hora de percibir la voz, se convence de la presencia de su primogénito Esaú. Entonces decide bendecirlo, engañado, sin conocer la realidad: acaba de otorgar su bendición al hijo segundo, Jacob, un joven timorato y dubitativo que obedece ante la insistencia de su madre, Rebeca, que le empuja para consumar la mentira.

Isaac y Jacob, 1637, José de Ribera. Detalle: Rebeca y Jacob
Museo del Prado

Ribera, en este óleo sobre lienzo, decide concentrar la escenografía en el exacto momento de la mentira. Jacob extiende su brazo, acuciado por su madre, mientras Isaac palpa la piel del carnero. A la izquierda de la imagen, un desprevenido Esaú regresa a su casa tras la caza. La escena resume a la perfección la capacidad artística de Ribera, al colocar la figura del viejo y ciego Isaac sobre un fondo de una tela genialmente captada. Este cuadro, de 1637, nos ofrece la transición del pintor valenciano, de sus orígenes tenebristas, maestro absoluto del naturalismo más descarnado, hacia ese barroco más dulcificado en el que el color y la luz empiezan a convertirse en protagonistas por encima de personajes, situaciones y escenas. Y no hay mejor ejemplo para captar esta instantánea que la comparación de la figura del anciano, la gravedad de su rostro en el que la ceguera ha sido indicado mediante los dos ojos cerrados, su ceño fruncido ante la posibilidad de un engaño, sobre el colorido de la tela, de un tono rosado y exultante, cuyos pliegues parecen haber sido cuidadosamente colocados para la ocasión. Justo es el espacio que ocupa, en el ángulo inferior derecho, un sencillo y exquisito bodegón, donde el pintor resuelve con maestría la calidad matérica de los objetos representados. Un canto a los sentidos, tema recurrente en la carrera pictórica de Ribera.Muchos califican este lienzo como una de las obras cumbres en toda la producción del Españoleto. Sin duda, los rostros de los personajes implicados en la trama contribuyen grandiosamente a dar esta sensación. El anciano Isaac, testimonio del paso del tiempo; un dubitativo Jacob, que contempla a su viejo padre con un cierto gesto de temor ante la posibilidad de ser descubierto; y la mirada desafiante de Rebeca, que mira al espectador para hacerle participar del engaño, quizás, buscando su complicidad y su silencio ante la artimaña de la que nos hemos convertido en testigos.Luis Pérez Armiño