Tras el reventón del día anterior y tras ver salir el Sol por el lago Tiberíades, nos dirigimos al Monte de las Bienaventuranzas, un sitio que religiosamente es relevante al ser el lugar en el que Jesús transmitió las bienaventuranzas y turísticamente es la pasada al contar con una iglesia muy bonita, unos jardines preciosos y unas vistas privilegiadas. Esa mañana se celebraron allí los oficios y tras echarnos unas fotillos y ver el templo, partimos camino del Mar de Galilea.
Tras quedarnos sequitos nos dirigimos a Tabgha, que es el lugar de la multiplicación de los panes y los peces; allí recibimos las oportunas explicaciones del significado de las cantidades de panes y peces y después de darnos una vuelta, fuimos al primado de Pedro, donde está una iglesia en la que nos encontramos la piedra sobre la que Jesús comió con sus discípulos tras resucitar, la tercera vez que se les apareció a los discípulos.
Entre unas visitillas y otras se nos hizo las 12:30, siendo hora de irse a comer; y aunque os dije en mi post anterior que no volvería a comentaros nada de la comida, en esta ocasión merece la pena destacar que si váis a Israel en el plan en el que fui yo, probablemente el día que os den la vuelta en la embarcación por el lago os lleven a comer a un restaurante en el que os darán a elegir entre comer cuatro trocitos de pollo con una cantidad inhumana de especias acompañado de patatas fritas, o un pez llamado pescado de san Pedro que se pesca en el mismo lago, el cual os servirán frito, está plagado de raspas y lo sirven con una pinta tan lamentable quita el hambre, aunque quien lo probó dijo que no estaba mal -de entrantes os pondrán lo que ponen siempre: humus, pan de pita, ensaladas variadas y unas salsas para el pan- . La razón por la que hago hincapié en el menú es porque ese escueto menú que os dejará con la sensación de no haber comido, os saldrá por más de 30 euracos, eso sí, incluyendo el refresco -cabe mencionar que ésta fue la comida más cara con diferencia de todo el viaje-. Mi consejo: el día que vayáis al lago preparad unos bocatas en el hotel con pan de pita del desayuno, que comeréis mejor.
Con el estómago más vacio que lleno, pero en mi caso, con ausencia de hambre, retomamos la ruta y lo primero que tocaba era ir al río Jordán (os recuerdo que en este río fue donde Juan el bautista bautizó a Jesús). Allí, tras pasar por una tienda, pudimos ver a muchísima gente con vestiditos blancos que según nos informó nuestro fraile, se vestían así para meterse en el río y "recordar el bautismo", y no digo rebautizar porque los que por allí había ya había sido bautizados y una persona no puede ser bautizada dos veces. Después de que el Pater nos pusiera un poco de agua del Jordán en la frente de forma individual y hacer unas compras, volvimos al autobús, que nos llevó a la que sería nuestra última parada del día: el Monte Tabor.
Del Monte Tabor, que es conocido por ser el lugar de la transfiguración de Jesús poco puedo comentar aparte de que la iglesia está en lo alto de una montaña, que me pareció más bonita por dentro que por fuera y que para subir tuvimos que esperar cerca de media hora, ya que la única forma de subir es o bien a través de mini-autobuses que se cogen en la falda del Monte y te dejan a unos metros de la iglesia, que tienen el inconveniente que para cogerlos hay que hacer mucha cola, o bien con un turismo del que nosotros carecíamos, o bien a pie (lo que en nuestro estaba descartado, entre otros muchos motivos porque con nosotros iba una mujer embarazada y porque en bus se tardaba de cinco a diez minutos en subir a la cima, mientras que andando nos dijeron unos que se tardaba unos tres cuartos de hora, pero nosotros calculamos que realmente tardaríamos cerca de dos horas en subir y teniendo presente que si algo no nos ha sobrado en este viaje ha sido tiempo, la propuesta cayó por su propio peso). Tras realizar la oportuna visita al templo, y al ver que un grupo enorme de nigerianos iban a coger los mini-autobuses y ante la perspectiva de esperar a que los cinco vehículos que había bajaran a tantísima gente, que hacía un frío tremenduno y que estaba oscureciendo, no nos lo tuvimos que pensar dos veces y empezamos a correr en modo berserk, ante lo que los africanos debieron sentirse retados porque al dilucidar nuestro objetivo, echaron a correr, protagonizando así uno de los momentos más tragicómicos del viaje (y digo tragicómico porque cuando uno va corriendo y echa la vista atrás para ver por dónde va la gente y se encuentra con cerca de 50 africanos pisándole los talones, el sentimiento de acojone sale inevitablemente a flote)
Tras tener que esperar a la líder del grupo, a su hermana y al fraile, que habían optado por recorrer el trecho andando; eso sí, les esperamos sentados y calentitos en nuestro autobús, volvimos al hotel, donde tras una cenita decente, una ducha reconstituyente y unas cuantas partidas de cartas, nos dejamos caer rendidos en la cama a esperar al tercer día de viaje, en el que dejaríamos nuestro hotel para irnos al de Jerusalén.
P.D.: Aunque pueda parecer lo contrario, todo lo que visitamos esa mañana estaba muy cerca y de un sitio a otro no distaba más de cinco minutos en autobús y en algunos casos, como del Primado a la casa, ni eso.
P.D.2: Sé que se me ha ido un poco la cabeza subiendo fotos, pero soy de los que piensan que una imagen vale más que mil palabras.