Y todo a partir de ese manido clásico “menos es más”. Jacinto Moros, a través de una propuesta minimalista pero de intenciones concretas, atrapa la voluptuosidad y el capricho de los elementos en unas delgadas tiras que giran y se retuercen en un instante congelado ad infinitum. Materiales vegetales y una simbología aérea que evoca al mismísimo “soplo” de la existencia humana, a la raíz que se retuerce en la tierra y las ramas que la imitan en busca del sol.
Por otra parte, las obras en papel insisten en las filias curvilíneas del artista, doblegando la celulosa en metódicos grabados que se cruzan y dividen como serpientes y cuya cúspide nunca supera el espesor de un hilo. Algunas, incluso, logran cerrarse como un cósmico Uroboros que, pese a la caprichosa trayectoria que ha recorrido, retorna a sus orígenes.
Esa es la virtud de las obras de Jacinto Moros, capaces de evocar numerosas lecturas y sensaciones a partir de unas premisas tan básicas como la forma y el movimiento. Básicas, tal vez universales, pero nunca sencillas.