Por: Sonia Herrera Fontalvo*
Como todos los días me desperté muy temprano, tomé un baño, me vestí y me fui sin decir adiós. Era una vida rutinaria: casa - trabajo, trabajo - casa.Ese día iba a ser el más importante de mi carrera, me iban a dar el tan esperado ascenso, y por supuesto un mayor sueldo, pero no fue así, nada sucedió como se había planeado, lo arruiné todo. No hice un buen trabajo, mi jefe me reclamó, enfurecí, salí de la oficina con el rostro rojo de rabia, tomé mi carro y conduje sin rumbo fijo.
El trayecto se prolongó tanto que la gasolina llegó a su fin, por lo cual caminé un poco más de 2kms hasta encontrar un bar. Entré, no había más opción. Me acerqué a un hombre con un aspecto extraño, y pregunté por un teléfono -no tenemos- respondió con una voz tenebrosa. Quería salir de ese lugar, pero estaba tan cansado, sin batería en el celular y sin ganas de nada, que decidí ordenar un whiskey y esperar un milagro.Aquel era un sitio oscuro y tétrico, nada parecido a los lugares que frecuentaba: paredes rayadas, mesas rotas y un ambiente a tristeza como ningún otro. Había menos de 8 personas. En una de las mesas, se encontraba una peculiar pareja: no hablaban, no se miraban, no sonreían, incluso, parecía que no respiraban, de un momento a otro comenzaron a reír y charlar como si la conversación llevara mucho tiempo, se veían felices, después de un rato volvían a ser fríos y distantes.
En otra mesa había una mujer hermosa, “la creación más perfecta que podías imaginar”. No podía apartar la vista, decidí acercarme, tenía un vestido negro muy ceñido, cabello largo negro y risos, una mirada profunda y unos labios rojos que ningún hombre podría resistir. -Hola, ¿te molesta si me siento? – no hubo respuesta - ¿Cómo te llamas? – Lo único que ella hacía era sonreír y mirar a lo lejos, como si estuviera esperando una señal, con mi orgullo por el suelo retrocedí, y justo cuando me disponía a irme, una voz seductora dijo: “Sígueme”. Tenía que obedecerla, así que lo hice. La seguí hasta una casa no muy lejos del bar, ella se acercó a la puerta y susurró algo inaudible, inmediatamente la puerta se abrió y sin pensarlo dos veces, la acompañé adentro. Había muchos cuartos y sonidos extraños. Entramos al último del pasillo, ella cerró la puerta y se apoyó en ella.
Fotografía: Carlos Becerra
-No tengo mucho dinero- dije -no te preocupes, me pagarás luego- respondió mientras sonreía. La habitación estaba tan oscura que solo podía ver su silueta, de repente sentí un golpe agudo que provenía detrás de mí. Desperté confundido, con un dolor de cabeza que no me dejaba pensar, abrí los ojos y todo seguía oscuro, me sentía inútil, no podía moverme, poco a poco mi cuerpo fue recuperando sensibilidad y sentí mucho frío, pensé que estaba muerto, pero no, era hielo, ya había leído sobre esto, intenté gritar, pero mi lengua no respondía, mi boca seca, mi garganta peor.Gracias, dijo una voz familiar mientras me daba un beso en la frente -tienes unos ojos hermosos- me quedé inmóvil, no sabía que hacer, escuché los pasos alejarse, acerqué las manos a mi cara, boca, nariz, ojos, mis ojos, ¿Dónde están mis ojos? De repente todo mi cuerpo despertó de un golpe, con tanto dolor que sentía que la vida se me iba. Me sentía roto, incompleto, no podía gritar, solo quería volver a casa y que todo volviera a comenzar.
*Cuento escrito a sus 14 años.