Lo que sí sabemos es que su producción fue enorme y que el propio Castle permitió con sus cuidados que llegara hasta el presente, pasando por distintas épocas de mayor y menor éxito. Los noventa fue la década en la que pudimos aprender algo más de su persona, una compleja amalgama de sencillez primitiva en la que se forjaron poderosos paralelismos entre la arquitectura y el organismo humano, aparte de mostrarnos el objeto cotidiano desde una perspectiva tan simple como perturbadora.
El artista rural, salvaje, iletrado, que sustituía las galerías de arte por graneros abandonados, que, tal y como titula la presente exposición, mostraba y almacenaba su producción de forma obsesiva.
Del 18 de mayo al 5 de septiembre de 2011 en el Museo Reina Sofía.