Jean-Claude Lalumière ha optado por contraponer la familia y la Administración como mejor forma de dar luz a un universo personal que fácilmente podemos trasponer en un ámbito más amplio y general, donde situarnos cual espectadores de todo un teatro del mundo que refleja las inquietudes, pero también las miserias del ser humano. Ese tono desenfadado que emplea el autor, nos sitúa, si cabe, de una forma más natural en el entorno que nos retrata y en esa esfera del mundo en la que ninguno de nosotros quiere admitir que se encuentra. Los ambientes viciados de la propia familia constreñida en el caso del protagonista a la mínima expresión (al ser hijo único), nos revela sin embargo esa fobia que muchas veces expresamos ante los espacios cerrados, que aquí, se transmutan en un padre y una madre tristes y opacos y sin muchas metas en la vida. Y lo hacen en contraposición a ese otro territorio más amplio que en forma de Ministerio de Asuntos Exteriores representa en un principio la necesidad del sueño a cumplir, y más tarde, la constatación del fracaso como meta a la que hemos ido a parar sin saber cómo.
El frente ruso es una suerte de novela inteligente, irónica, divertida, trepidante, reveladora… que nos traslada sin darnos cuenta hasta el final de una historia que nos habla de esa tierna concepción que, en nuestra juventud, tenemos de los ideales, los más altos ideales, cabría añadir; un espejismo que si nos somos capaces de alcanzar, se convierte en un mal sueño, si no en pesadilla, porque no hay nada más amargo que comprobar lo diferente que es el mundo a como lo habíamos imaginado.
Ángel Silvelo Gabriel