Poco menos de un siglo después, la tuberculosis se llevó a Kafka en Kierling, como antes lo hizo con Keats en Roma. Uno y otro deambularon, cual náufragos, en la sinrazón del dolor, el frío y el calor de unos pulmones teñidos por la maldición. Uno quiso que todo lo escrito en vida desapareciera con él, y el otro lo confió todo a su famoso epitafio. Uno y otro alcanzaron la gloria literaria sin llegar a saberlo. Uno y otro han dejado una huella imborrable a lo largo del tiempo.
Delicioso este Kafka con sombrero. Ángel Silvelo Gabriel.