Joaquín y la luz

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

A las 05:00 de aquella mañana del 27 de febrero de 1863, que desde la superficie del mar se refleja entre las velas blancas de las barcas y sobre las camisas -blancas ellas también- de la gente, tuvo un par de ojos -los del pequeño Joaquín- que la iban a contemplar de una nueva manera.

Una perspectiva que nadie, hasta aquel momento, había concebido: ¡"la llum valenciana"!

La suerte hizo que su azarosa orfandad lo acomodara en manos de sus tíos, Isabel Bastida y José Piqueres; este último fue quien conjeturó aquel fuego en el alma infantil, por colorear con luminosas pinceladas de luz dorada sus paisajes prematuros, y lo mandó a estudiar en la Escuela de Artesanos de Valencia.

Predestinado estaba, ese niño, a llevar en su alma el estilo naturalista de iluminación tenebrista que Diego Velázquez -su gran maestro que nunca conoció personalmente- le había infundido: un fuerte rasgo de españolidad.

Substanciales serían sus futuros encuentros con Gonzaló Salvá y con Ignacio Pinazo Camarlench -un seguidor de los " macchiaioli" (los manchistas o manchadores), es decir el grupo de Toscana que se oponía al romanticismo, originando una renovación antiacadémica de la pintura italiana. Posteriormente, los manchistas iban a relacionarse con la escuela Barbizon de paisajistas de Francia encuadrados dentro del realismo pictórico francés, surgido como una reacción a la manera de Delacroix. Esos encuentros le abrieron al joven Joaquín los caminos del impresionismo.

Más tarde, el alemán Adolf von Menzel le despertó el fervor por el realismo social, mientras que el impacto de las obras pictóricas del estadounidense John Singer Sargent dio cima a las influencias que Joaquín Sorolla iba recibiendo para desarrollar, en fin, su luminismo personal, un estilo que posteriormente daría aliento a Teodoro Andreu y a toda una Escuela luminista de Sitges -la precursora del modernismo catalán-, cuyo miembro más destacado fue Miró (otro "Joaquim", este...)

En la trayectoria de la pintura, el luminismo precede al caravaggismo de finales del s. XVI (uno de cuyos precursores era también El Greco), y tuvo continuidad en el tenebrismo del barroco inicial.

Ha sido Joaquín Sorolla y Bastida el pintor por excelencia costumbrista de Valencia, cuya mayor preocupación era reflejar con naturalismo en sus 4.000 obras los efectos luminosos del paisaje con la cálida y vibrante luz mediterránea y los efectos atmosféricos de la costa valenciana, con un verismo expresado mediante un sutil cromatismo y una pincelada fluida que fue calificada de postimpresionista.

"Es imposible", decía él, "pintar lentamente al aire libre; nada es estático".

Y detestaba pintar en un taller cerrado; por eso es que su obra pictórica cuenta también con 8.000 dibujos y bosquejos.

Dos eran los grandes amores de su vida: la vibración de la luz del sol sobre las telas, y su esposa Clotilde.

"Eres mi carne, mi vida y mi cerebro...", le escribía en sus epistolarios cuando estaba lejos de ella por razones de su arte.

Conforme iba acercándose a su prosperidad artística, pasó a iluminar los colores más opacos y a usar el azul cobalto combinado con varios verdes y amarillos brillantes, colocados con pinceladas fluidas y energéticas. Más tarde, el violeta matizaba las sombras de sus blancos, creando de esa forma un claroscuro sui géneris.

A pesar de sus pinturas de jardines españoles y las reflexiones del agua en sus fuentes, y aparte del hecho de que llegó a ser retratista de la nobleza de su país, su interés primordial era pintar el sol. Sus viajes profesionales por todo el mundo desarrollado, le hicieron comparar esa atmósfera de luz. Leemos en sus epistolarios:

"La luz de Nueva York es idéntica a la de Madrid, con el mismo sol y el mismo cielo azul, mientras que en Londres, el cielo es gris, gris, gris, siempre gris."

En el año 1901, al pintar a su familia, Sorolla da un paso retrospectivo hacia las huellas de Velázquez, una tendencia que le solía aparecer en su trayectoria artística siempre después de algún éxito trascendental.

"Mi obsesión es destruir cada convencionalidad [...] y pintar cada reflexión de luz que veo con mis propios ojos, cada emoción que siento en mi corazón. Esa es la manifestación exacta de lo que yo creo que debería ser arte. Todo eso, presente ante mis ojos, completo, verdadero y asequible -esos momentos de luz que fluye, ¡debería ser arte!"

Entre los períodos de su prosperidad artística (1904-1911) y de su madurez creativa (1912-1920), uno de los críticos de arte había escrito:

"¡No conozco pincelada de otro pintor que contenga tanto sol!"

Y eso, que la exposición de sus obras en París fue insuficientemente iluminada.

Sus cuadros de mujeres jóvenes después de nadar, que están envueltas en telas semitransparentes, que dejan que las curvas de sus cuerpos aparenten decentemente, derivan del virtuosismo y de la dulce suavidad que Joaquín Sorolla encontraba en la escultura y en los relieves de los frisos del Partenón, en la Grecia clásica, que había visto en el Museo Británico de Londres.

"Sentí lágrimas en los ojos mientras estaba observando a la gente bajo el bello cielo de Valencia. [...] Sería mejor si no me sintiera tan emocionado, porque después de un par de horas me siento agotado. No puedo manejar tanto placer..."

A las 10:30 de aquella mañana del 10 de agosto de 1923, el luminismo español perdió ese par de ojos que contemplaban la luz que desde la superficie del mar se refleja entre las velas blancas de las barcas y sobre las camisas -blancas ellas también- de la gente: ¡"la llum valenciana"!

[Los cuadros son todos a óleo sobre lienzo.] [La temática pictórica en este artículo no sigue un orden cronológico absoluto.]