John Hammond, de ‘Jurassic Park’: "No entiendo qué ha fallado esta vez"

Publicado el 18 diciembre 2012 por Koprofago
Hoy recuperamos una entrevista al personaje de Jurassic Park John Hammond publicada por El Jueves, el día 1 de enero de 2011:
De la wells-crichtoniana serie «El Jueves investiga: ¿Qué fue de...?»John Hammond, de ‘Jurassic Park’: «No entiendo qué ha fallado esta vez»
El señor Hammond, aquel vejete que se parecía mucho al naturalista de la tele Sir David Attenborough, nos invitó a pasar un fin de semana en la isla de Parque Jurásico: «Hemos reforzado los sistemas de seguridad, y en marzo abrimos al público. Estamos de pre-opening, ¡vengan a visitarnos! ¿Qué podría pasar?»
Evidentemente, 24 horas después estábamos esprintando bajo la lluvia en un islote del pacífico, perseguidos por un tiranosaurio como seis casas de grande.
«No entiendo qué ha podido fallar esta vez», aseguraba Hammond entre jadeos, asiéndose a su sombrero de panamá mientras negociaba como podía su cojera.
Con nosotros viajaba un directivo de El Jueves que venía a supervisar el trabajo del equipo de QFD. A media persecución, el tipo paró en seco y dijo: «¡Quietos! Acabo de recordar que los tiranosaurios sólo ven objetos en movimiento. ¡Quedémonos parados!»
La idea fue buena. No para él, claro, que fue devorado en cuestión de segundos, sino para nosotros, ya que nos dio a tiempo a refugiarnos en un edificio mientras el T-Rex lo masticaba.
«¿De dónde habrá sacado esa chorrada del movimiento?», se pregunta Hammond.
«Lo decían en la película.»
«¡Ah!, la película. Estaba llena de licencias creativas —suspira Hammond, masajeándose la pierna mala—. También sacaron a los velocirraptores mucho más grandes de lo que realmente fueron. Para ese tal Spielberg, ¡todo valía en pos del entretenimiento!»
Nosotros aprovechamos para recordarle que él mismo, en pos del mismo fin, se dedicó a clonar dinosaurios y montar un parque temático; pero nos corrige inmediatamente: «Eso es en pos de la ciencia. Es muy distinto.»
Un bramido del tiranousario —o quizá el eructo post-digestión de directivo de revista satírica— hace trepidar los cimientos del edificio. Entonces Hammond se asoma a la ventana y grita, desafiante, a la bestia:
—Oh, Mortimer, ¡cállate ya!
Y Mortimer calla.
«Algunos lo llaman jugar a ser dios, pero lo banalizan: asumen que es un juego fácil.»
«Clonar a los dinosaurios a partir del ADN fosilizado fue sólo el principio», explica Hammond, mientras tumba con un par de toques de bastón la barricada que con tanto ahínco hemos construido frente a la entrada. «Algunos lo llaman jugar a ser dios, pero lo banalizan: asumen que es un juego fácil. Crear animales es sencillo; conseguir un ecosistema y mantener su delicado equilibrio, eso es lo chungo.»
Despejada la puerta, Hammond descorre minuciosamente los cerrojos. «A base de intentarlo, fracasar estrepitosamente y volver a empezar, he ido rizando el rizo al planteamiento inicial, para mantener el desafío. Ya no sólo creo dinosaurios: intento crear dinosaurios seguros para toda la familia. No he reparado en gastos.»
Hammond reprochando su conducta al T-Rex: «¿Ya has hecho el numerito? ¡Estarás contento! ¿Y qué te he dicho de comer humanos?»
Ante nuestra mirada atónita, Hammond sale al camino de barro y agua, lanzando paternalistas pero firmes reproches al leviatán del que huíamos minutos antes: «¿Has acabado, Mortimer? ¿Ya has hecho el numerito? ¡Estarás contento! ¿Y qué te he dicho de comer humanos? ¿Qué se dice? ¿Eh?»
Odiaríamos precipitarnos, pero juraríamos sobre las tumbas de nuestras madres que en el siguiente rugido del T-Rex aparecen entretejidas las sílabas de la palabra «perdón».
Luego Hammond llama a unos cuantos empleados. Sólo que, en vez del personal del parque, acuden tres o cuatro velocirraptores. Tenía razón Hammond: en la vida real son más pequeños, como un perro mediano, y tienen plumas; pero sus ojos reptilianos, afilados como cuchillas, bastan para incomodarnos mucho. Y por «mucho» queremos decir «gracias, Señor, por los pañales para adultos».
«¡Y vosotros, no miréis fijamente a las visitas, jodíos!», les reconviene Hammond. «Acompañadles a la tienda de souvenirs y regaladles unas camisetas y unos peluches, que por hoy ya han tenido bastantes emociones. ¿Cuándo aprenderéis a comportaros?»
Mientras seguimos a los raptors hacia la tienda, en un claro de la jungla distinguimos a un grupo de dinosaurios que parecen rugir a coro, y un dilophosaurio en el centro del círculo (quizá el mismo que mataba al gordo en un jeep en la primera peli), extendido su collar escamoso a modo de atuendo ceremonial, dicta la Ley del Parque Jurásico:
«No andéis a cuatro patas. Es la ley. ¿No somos humanos?»«No comáis carne. Es la ley. ¿No somos humanos?»«Suya es la casa del dolor.»«Suya es la mano que hiere.»«Suya es la mano que cura.»«Nadie escapa. Nadie escapa.»
Nos vamos de la isla con muy mal rollo en el cuerpo. Las camisetas son chulas, eso sí.