Hace unos días, por San Valentín, el poema Bright Star, que el poeta británico escribió para su amada Fanny Brawne, fue el ganador de un concurso de poemas de amor en Inglaterra. Esa es la muestra, una vez más, de que el cuerpo del poeta es efímero como el canto del ruiseñor con el que nombra una de sus famosas odas, pero no así su obra, a la que podemos regresar una y otra vez.
En esta ocasión, para conmemorar el 198 aniversario de su muerte, he extraído un fragmento de mi novela, Los últimos pasos de John Keats, donde Joseph Severn, su inseparable amigo en Roma, narra en una carta cómo sucedió su óbito.
«¿Qué cabe en la mente de un poeta que sabe que se está muriendo? No es fácil responder a esta pregunta, y mucho menos cuando el protagonista es uno de los principales poetas británicos del Romanticismo, y menos aún, cuando su poesía, tan exuberante como imaginativa, sólo es atemperada por la melancolía. John Keats, el hombre que siempre andaba con un libro en el bolsillo (tal y como lo describía Cortázar), falleció a las veintitrés horas del veintitrés de febrero de mil ochocientos veinte uno. Lo hizo en calma, y acompañado de su inseparable y buen amigo Joseph Severn. Este describe su muerte en una carta que escribió cuatro días más tarde.
Roma, 27 de febrero de 1821
Ya no existe; murió con la más perfecta tranquilidad… parecía entrar en el sueño. El día veintitrés, hacia las cuatro, la cercanía de su muerte se manifestó. “Severn… yo… levántame… me estoy muriendo… moriré fácilmente… no te asustes… sé firme… y da gracias a Dios porque esto ha llegado…” Lo levanté en mis brazos. La flema parecía hervir en su garganta, y fue en aumento hasta las once, en que él fue deslizándose gradualmente hacia la muerte, tan silencioso que todavía creí que estaba durmiendo. Me es imposible decir nada más ahora. Estoy deshecho por cuatro noches en vela, sin dormir desde entonces, y mi pobre Keats muerto. Hace tres días que abrieron su cuerpo; los pulmones faltaban por completo. Los médicos no alcanzaban a imaginarse cómo pudo vivir estos dos meses. El lunes acompañé su querido cuerpo a la tumba, junto con muchos ingleses. Todos se preocupan mucho por mí; debo haber tenido un fuerte acceso de fiebre. Ahora estoy mejor, pero aún, totalmente impedido.
La policía ha estado aquí. Los muebles, las paredes, el piso, todo debe ser destruido y cambiado, pero el doctor Clark atiende a todo.
Con mis propias manos puse las cartas en su ataúd.
Esta sale con el primer correo. De lo contrario algunos de mis amables amigos hubiesen escrito antes.»
Sus poemas, sus odas y sonetos —aquellos que mejoraron los de Shakespeare— su amor a la vida y a Fanny Brawne, su capacidad negativa…, todos ellos siguen tan vivos como lo está esa estrella brillante que cada noche cruza el cielo con la única intención de seguir vigilando nuestros sueños.
POEMA BRIGTH STAR
“Si firme y constante fuera yo, brillante estrella, como tú,
no viviría en brillo solitario suspendido en la noche
y observando, con párpados eternamente abiertos,
como paciente e insomne ermitaño de la Naturaleza,
las agitadas aguas en su sagrado empeño
purifican las humanas costas de la tierra,
ni miraría la suave máscara de la nieve
recién caída sobre los montes y los páramos;
no, aunque constante e inmutable,
reclinado sobre el pecho madura de mi amada,
sintiendo por siempre su dulce vaivén,
despierto para siempre en dulce inquietud,
callado, para escuchar en silencio su dulce respirar
y así vivir siempre –o morir en el desmayo
Ángel Silvelo Gabriel.