Problemas con botellas que, quizás, no han sido guardadas en condiciones siempre han existido. Si compras en internet y no ves ni qué ni cómo ni sabes quién te vende, puede sucederte algo, tanto como si lo haces en otros sitios, presenciales, que tampoco controlas. Creo que no hay que demonizar a las grandes superficies ni a la venta por internet. Y Nicolas lo hace. Yo he comprado botellas de Joly que me han salido maravillosas y otras que no. Y las he comprado en sitios que me merecían toda la confianza. He hablado con vendedores que han tenido serios problemas (Joly no suele aceptar la devolución de botellas en mal estado, como habéis leído, desde hace años y no sólo las que se puede demostrar que han sido compradas en internet o en grandes superficies) y otros que no han tenido ninguno. Cuando creas un mito, un personaje, que llega a superar a los vinos que el personaje hace (el caso de Joly es paradigma), cada botella abierta se convierte en un doble, triple examen: buscamos al apóstol de la biodinámica; buscamos la chenin blanc del Loire de excelencia; buscamos la luz y la energía en cada botella.
Y eso es imposible. Y Nicolas Joly sufre como pocos de los que yo he podido conocer personalmente este tipo de problemas. Las últimas botellas que he comprado del Clos de la Coulée de Serrant (una de las tres parcelas de Joly, la que menos rendimiento le da) son del 2008, un año que él considera muy bueno. Hay que tener paciencia: sus vinos necesitan años de botella. Con un querido amigo estamos esperando el momento de tomar un 1982, el primer año en que Nicolas se tomó en serio, y bajo control, la aplicación de la biodinámica en sus parcelas. Él dice que saldrá un desastre. Yo, que hay que esperar el momento oportuno. Lo encontraremos. Pero mientras tanto, me apetece abrir de vez en cuando alguna botella suya. 1996 pasa por ser una añada excelente en Savennières, aunque las botellas del Clos no se cotizan a precios desorbitados. Mejor para mi bolsillo, claro. Este 96, con 13,5%, fue abierto el pasado 26 de agosto, en un día de calor y fruto, con la luna en cuarto creciente. Un buen día para él. El vino no ha decepcionado, al contrario, y ha evolucionado como suelen hacer los buenos vinos de Joly: de menos a más, ganando consistencia, volumen, matices y finura con los días. Todavía no ha empezado a caer.
Hoy vuelvo a casa, nadie ha tocado la botella y aquí está la vieja chenin, en un día de luz y flor, dando lo mejor de sí tras cinco días de botella abierta. Empieza siendo un vino delgado, fino, que gana esbeltez con los años. Miel de brezo. Espliego seco en su bolsa, perfumando la ropa en un cajón de buena madera. Con horas de oxígeno, va ganando en intensidad y volumen. Energía y brillo que se concretan en un punto de hinojo salvaje y de salazón. Cierto aire de caramelo de jalea de limón, aunque su sequedad es grande. Los vinos de Joly son característicos. Con los días, la salinidad recuerda a una manzanilla pasada, seca, bien arropada por la arcilla, la madera vieja y suaves encurtidos. La copa (siempre es así con los buenos vinos) ocupa con sus aromas la habitación entera. Pocas veces lo hago: hoy, mientras terminaba esta nota, tengo una copa del Clos 96 de Nicolas Joly frente a mí, y ese color de miel y los aromas de océano lo llenan todo. Hoy, la persona que ama la tierra y sus cepas, el Nicolas que hace vino con pasión y respeta la tierra, ha vencido al personaje y al mito. Qué bien. Qué feliz reencuentro, además, con Barcelona. Aquí estamos, de nuevo, con Joly empezando una nueva época de mi vida.