Sin embargo, Musa arranca con verdadera devoción hacia el hecho literario a partir del capítulo dedicado a esa falsa diva de la literatura llamada Ida Perkins. Una poetisa de fama mundial que el autor define como «una Meryl Streep cándida, con un toque de vampiresa y una llameante cabellera roja». La visita que el protagonista de la novela, Paul Dukach —un claro álter ego de Galassi aunque éste lo niegue—, al palazzo veneciano donde vive su musa, nos retrotrae a lo que en verdad es importante dentro del mundo de la creación, porque, qué es crear sino la estela de una huida…, una huida a ninguna parte, que Galassi en boca de Ida Perkins describe así: «¿Cuándo, me pregunto, se dedican los escritores simplemente a vivir sus vidas aburridas? ¿No sabe que vivir no consiste en escribir, señor Dukach? Siempre había otras muchas cosas. Los hijos de Arnold. Las compras. La colada… ¡y los médicos! Escribir es algo que uno hace, que los dos hacíamos, debería decir, para escapar, para huir.» Una sensación anti-star-system que se remarca mucho más adelante, cuando el propio Paul se dice a sí mismo: «Había aprendido pronto en su trabajo que los auténticos escritores no habían estudiado en Yale u Oxford; procedían de todas partes —o de cualquier parte—, y la clave de su éxito era su determinación de excavar, de triunfar, por mucho obstáculos que se les pusieran por delante.» En este sentido, Jonathan Galassi lo tiene claro y en una entrevista proclama: «el escritor es el héroe del editor, siempre». Una afirmación que cada vez está más alejada de la realidad, porque no se nos debe olvidar que Musade Jonathan Galassi son las cicatrices de un mundo editorial que ya no existe y, que además, están vistas desde la nostálgica mirada de un editor profesional.
Ángel Silvelo Gabriel.