Jorge Aulicino | El Cairo

Por Griseldagarcia


Jorge Aulicino | El Cairo


La firmeza de la soledad en los manubrios


No necesito los anchos campos para oír la soledad poblada –

oír o ver, oler o palpar, un sentido debe dar cuenta de esto.
Estás parada ahí,
tras un sillón, en un estrecho espacio, de espaldas a una ventana
de vidrios esmerilados –
no puedo evitar un escalofrío a lo Poe, pero recuerdo,
y el recuerdo hace tu sombra más amable.
La diafanidad de los campos y los espectros tienen un raro vínculo.
Sustancial es esta ancha soledad en las motocicletas estacionadas sobre la vereda.

Tarde de diciembre, 2013. Buenos Aires.

Sustancial en el agobio que siente hasta el sol estrellado
contra un cielo de celeste ardiente.

El desierto de gentes recorrido, de beduinos, de motociclistas sin raíces,

pero cuyas raíces portan el lejano partir de una embarcación cualquiera,
una chalupa guerrera, un barco al palio, un petrolero.
Raíces imantadas de desierto y de soledad y de palabras
que se recuerdan, que mitigan, que ahondan a la vez, el fantasma.
Nadie escribe en estas paredes Viva mi madre. Nadie escribe la verdad.


Saint Germain des Prés


El viejo temor. En una iglesia de París

encendí una vela y no supe -aun con mi más
ferviente deseo penetrando mis huesos,
como el frío entre aquellas piedras medievales
si podía creer, si me era dado creer, si mi fe era cierta
y aceptada. Eran indescifrables los labios
de la Virgen en aquella piedra tan gastada.
El viento, no el de ayer, no el del Quinientos,
un viento frío de hoy -aunque puro en cierto modo,
o puro contra todo- apagó una vela. Creí que era
mi pequeño cirio, mi querido cirio, el cirio de mi deseo, rojo
en su cápsula de vidrio. Y aun creyendo
que había perdido todo, que la boca de Dios
o del Averno
o del siglo
lo había apagado,
lo volví a encender
con el mismo encendedor de plástico.
Y luego de rezar de algún modo, me di cuenta
de que no era mi vela la que había vuelto a encender,
sino otra, la de al lado, chamuscada, vieja, ennegrecida.
Fui raramente feliz y lo confieso.
Sin quererlo, había avivado otra plegaria,
un rezo desconocido, el rezo de otro.
Jorge Aulicino(Buenos Aires, 1949), El Cairo. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2015.