Jorge Zambrano y el paisaje sin límites

Por Bill Jimenez @billjimenez

Can Sisteré es un centro de arte contemporáneo al margen (pero a su vez dentro) de la vorágine urbana, un reducto plácido en el centro de Santa Coloma de Gramenet en el que, hasta el 17 de julio, podemos encontrar la exposición “Paisaje expandido” del artista chileno Jorge Zambrano (Valdivia, 1971).

Y aunque lleve 13 años viviendo en Barcelona, la influencia de su tierra natal no ha abandonado a su imaginario, compuesto por ficciones casi mágicas que evocan al surrealismo daliniano y la ilustración victoriana. Ilustración como formato y como corriente ideológica, ya que, como él propio Zambrano reconoce en el catálogo del evento, “soy un ilustrado tardío”. Como prueba, los bocetos al respecto de sus obras, unas representaciones con tendencia a lo didáctico que se asemejan al contenido de un viejo libro, un conocimiento convertido en mistérico por culpa de la tradición conservadora.

Así, no resulta extraño que uno de sus referentes sea el propio Darwin y que, más allá de que en su obra haya referencias al progreso humano, la tecnología y el urbanismo, mantienen un vínculo constante e indisoluble con la naturaleza, a modo de extensión más que de clásico enfrentamiento. Asumiendo este punto, entendemos también la devoción de Zambrano por el paisaje, una de sus predilecciones como demuestran las muchas representaciones boscosas que pueblan la muestra, parajes con sus propias leyes que se erigen dueños y señores del lienzo por encima de cualquier otra figuración. Sólo la arquitectura logra hacer sombra a su catálogo de árboles, y como ellos, desafían el concepto espacio saltándose los límites o adaptándolos a sus necesidades. Algunas de ellas pasan por la escultura en curiosos híbridos hombre/vegetación (cazador en lo agreste) y mujer/pueblo (vida doméstica y social).

Plantas y artefactos voladores, ruinas entre vergeles, paisajes palpitantes atrapados en formas geométricas y mucho movimiento, síntoma de cambio y mundos por descubrir; el caos y el orden compitiendo de forma saludable y sensible, enriquecida por una simbología asequible, una raíces que nos trasladan a la mismísima selva chilena y unas figuras que abandonan el lugar que deberían (o creemos que deberían) ocupar.