José Gabriel Condorcanqui Noguera, precursor de la independencia, conocido como Tupac Amaru II. Nació en el cacicazgo cuzqueño de Surimana, en el barrio de Arco Punco, el 19 de marzo de 1740. Hijo de la legítima unión del cacique Miguel Condorcanqui Usquiconsa con doña Rosa Noguera Valenzuela, quienes vivían en el cacicazgo recibido de sus mayores. Fue bautizado en Tungasuca por el cura Santiago López en la iglesia parroquial de San Felipe, el primer día de mayo de 1738. Descendía por línea recta femenina del inca Tupac Amaru, hijo de Manco Inca y nieto de Huayna Capac ejecutado por el virrey Toledo en 1572. José Gabriel era física y espiritualmente mestizo: al lado de sus recuerdos y tradiciones incaicas, refrescados por el medio y por la vecindad de los restos del pasado imperio, se hallaban sus ideas y su formación hispana, todo integrado. En octubre de 1741 quedó huérfano de madre, luego moriría su hermano mayor, quedando él como sucesor de su padre. Su educación fue encargada a dos preceptores: el cura de Yanaoca, doctor Carlos Rodríguez de Ávila, natural de Guayaquil, y el cura de Pampamarca, doctor Antonio López de Sosa, natural de Panamá. En 1748 su padre lo matriculó en el colegio de caciques San Francisco de Borja, regentado por jesuítas. A la muerte de su progenitor (19 de abril de 1750) quedó como heredero del cacicazgo, pero por su minoría de edad tuvieron que ejercer la tutoría del cacicazgo su tío paterno Marcos Condorcan-qui y luego su tío materno José Noguera. José Gabriel estudió hasta 1758 y luego volvió a Surimana a relevar a sus tíos.
El 25 de mayo de 1760 se casó con Micaela Bastidas Puyucahua, con quien al parecer lo unían lazos de parentesco. De su unión matrimonial nacieron tres hijos: Hipólito (Surimana, 1761), Mariano (Tungasuca, 1762) y Fernando (Tungasuca, 1768). Por esta época el cacique Condorcanqui se dedicó al transporte de mercaderías en gran escala comerciando con Lima, Cuzco, Potosí y Buenos Aires, para lo cual contó con sus 35 recuas de mulas que transportaban azúcar, tocuyos y azogue. Debido a su trabajo tuvo en San Bartolomé de Tinta otra casa que le servía como morada y como centro operacional. Viajó constantemente, lo que le permitió conocer a fondo la situación de los otros naturales.
Con el fin de que se le reconociera oficialmente como cacique y legítimo sucesor de los pueblos de Surimana, Pampamarca y Tungasuca, se presentó en octubre de 1766 ante el corregidor de Tinta don Pedro Muñoz de Arjona. Una vez reconocido su cargo, asumió como curaca titular las obligaciones de regir a sus vasallos indios, cobrarles el tributo y darlo luego al corregidor, así como velar por el buen trato doctrinal, conservación y aumento de estos súbditos. En todo momento fue un celoso defensor de sus indios, protestando contra las actitudes autoritarias del corregidor o el maltrato, pero fue siempre respetuoso de los mandatos de la Corona. En abril de 1777 viajó a Lima para esclarecer su derecho a solicitar el marquesado de Oropesa, que le era disputado por Diego Felipe de Betancourt, litigio que fue elevado ante la Real Audiencia. En Lima se hace amigo de Miguel Montiel y Surco, gran admirador del sistema inglés, quien lo invitó a su casa en la calle de la Concepción. Una vez resuelto el problema ante la Real Audiencia, los oidores declaran a José Gabriel descendiente de los incas de Vilcabamba, con derecho a seguir poseyendo los cacicazgos de Surimana, Pampamarca y Tungasuca.
Pero en tanto litigaba con los Betancourt también hacía trámites en favor de los naturales del corregimiento de Tinta, para exonerarlos del servicio de la mita. Ya lo había intentado sin éxito en el Cuzco y esta vez tampoco pudo lograr justicia; pero no se rindió: escribió un documento y lo elevó el 18 de diciembre de 1877, fracasando nuevamente. Desilusionado ante la injusticia virreinal decidió apresurar su regreso a Tungasuca, llegando allí en junio de 1778, enterándose de que el corregidor había cambiado; decide presentarse ante la nueva autoridad, Antonio de Arriaga, y ofrecerle sus servicios, los cuales fueron bien aceptados, entablandose una relativa amistad entre estos dos personajes. No obstante, al poco tiempo Arriaga elevaría de modo exorbitante el reparto de mercancías, ante lo cual José Gabriel tuvo que reclamar. En otra oportunidad en que no había podido recolectar los tributos, el corregidor se enfureció y le dijo que debía dejar el cacicazgo si no cobraba el tributo correspondiente. Tupac Amaru decidió rebelarse e inició el levantamiento el 4 de noviembre de 1780, después de una fiesta efectuada en celebración del natalicio de Carlos III. Tomó prisionero a Arriaga y lo condujo a Tungasuca, obligándole a firmar una carta dirigida a su cajero Mendieta, en la que le ordenaba le remitiese todos los fondos disponibles y todas las armas alcanzables. Una vez obtenido su cometido, Tupac Amaru inicia un proceso a Arriaga, quien es sentenciado a la horca y ejecutado el 10 de noviembre. El caudillo parte al día siguiente para Quiquijana, donde reparte la lana de un obraje, da libertad a los presos y emite un bando de liberación de los negros. Luego de su triunfo en Sangarará el día 18 lanzó constantes bandos pidiendo la unión de criollos mestizos, negros e indios. Estos últimos se hallaban dividido tanto que unos decidieron unirse a los realistas y otros se plegaron a la rebelión; entre los caciques realistas destaca Mateo Pumacahua, entre los rebeldes los caciques de Acos, Tomasa Tito Condemayta.
Tupac Amaru recorrió los pueblos del sur con el fin de extender su movimiento: estuvo en Chumbivilcas Lampa, Azangaro, Ayaviri, Pucará, Pumacanchi, Quiquijana; viajo de esta manera por todo el Collasuyo regresando a Tinta el 17 de diciembre. En tanto en Lima se habían enterado de la rebelión, formándose una junta extraordinaria presidida por el virrey Jáuregui e integrada por el visitador general Antonio de Areche y los oidores de la Real Audiencia. Areche preparó una expedición para debelar el movimiento. Tupac Amaru II decide marchar hacia el Cuzco el 20 de diciembre de 1780, pero se ve obligado a retirarse, pues habían llegado refuerzos realistas. Finalmente es derrotado en Tinta el 6 de abril de 1781; intentó huir pero fue traicionado por su compadre el mestizo Francisco Santa Cruz y entregado a los realistas en Langui. Tomado prisionero con su familia, parientes y otros partidarios, se le condujo al Cuzco y fue sometido a crueles torturas. El 15 de mayo de 1781 se le condenó a muerte. La sentencia estipulaba que debía ver morir a su esposa, hijos y colaboradores; luego se le cortaría la lengua y sería atado de pies y brazos a cuatro caballos hasta su descuartizamiento. Se cumplió la condena tres días después, pero los caballos no pudieron cumplir su cometido, teniendo que ser decapitado. Su cuerpo fue reducido a cenizas y llevado junto con las de su esposa al cerro Picchu, donde fueron esparcidas. Derrotado y muerto el rebelde ganó no obstante la batalla, pues el cargo de corregidor fue suprimido y se creó la audiencia del Cuzco, con el fin de lograr una mejor administración de justicia. Esta rebelión tuvo alcance continental y pasó algún tiempo antes de que la región fuera pacificada por completo.