José Ortiz Echagüe, fotógrafo

Por Lparmino @lparmino

Montehermoseñas, Cáceres, 1931, © José Ortiz Echagüe
Fondo Fotográfico Universidad de Navarra
Fundación Universitaria de Navarra
VEGAP, Madrid 2012

La obra de José Ortiz Echagüe (1886 – 1980) nace de un capricho negado. Criado en una familia de tintes tradicionales, José había mostrado sus intenciones artísticas, deseando emular a su hermano mayor, Antonio, pintor de profesión. El padre, quizá considerando suficiente ya un hijo bohemio, decidió negar el capricho a José. En 1901, a modo de compensación, su tío le regalaba una cámara fotográfica Photosphere. Dos años más tarde, en 1903, Ortiz Echagüe crea Sermón en la aldea, la primera de sus grandes instantáneas que le llevarían a la cumbre de la fotografía artística, siendo uno de los fotógrafos del siglo XX en España que logró un mayor reconocimiento internacional. Algunas de sus imágenes se han convertido en la esencia misma de la fotografía entendida como arte independiente y como documento histórico de primer orden.
Tan dados al encuadre historiográfico, normalmente la obra de Ortiz Echagüe se califica como pictorialista, o al menos dentro del tardopictorialismo español. Mientras que en Europa ya la fotografía ensayaba nuevas vías de expresión y de representación, en España el pictorialismo campaba a sus anchas en los ambientes fotográficos del momento. Por su parte, Ortiz Echagüe practicaba técnicas que si bien podían considerarse actuales al inicio de su carrera, con el tiempo fueron desechadas por otros fotógrafos debido a su laboriosidad y complejidad. Ortiz Echagüe retocaba los positivos, mediante el carbón directo sobre el papel Fresson. Sin embargo, la peculiaridad artística de su fotografía no puede explicarse sólo mediante el recurso técnico; Ortiz Echagüe estudiaba de forma minuciosa cada composición, la luz, la escenificación de cada toma que en muchas ocasiones le daba ese aspecto pictórico tan logrado.

El agua y el pan, 1927 © José Ortiz Echagüe Fondo Fotográfico Universidad de Navarra
Fundación Universitaria de Navarra
VEGAP, Madrid 2012

Puede que ese afán por el pictorialismo encontrase razón de ser en la propia inspiración que encontró en la obra de su hermano. Y al parecer, las influencias fueron mutuas y constantes, como describe Francisco Vicent Galdón al referirse a la concordancia temática entre los hermanos, similitud que también observa en la sensibilidad con la que los dos hermanos reflejan sus temas (1999, Añil, número 19).
Ortiz Echagüe retrató la esencia de una España abocada a la desaparición. Gran parte de su producción no hace más que poner imagen a una España folclorista, costumbrista y, en ocasiones, excesivamente populista, tipificada a veces hasta la caricatura, llamada a caer en el olvido bajo la inexorable industrialización que, poco a poco, se abría paso en España. Sus tipos humanos eran los del pueblo, con sus estudiados retratos, de acuerdo a la imagen que del mismo tenía la burguesía formada de los ambientes cultos y urbanos. En consonancia con los principios de la Generación del 98, Ortiz Echagüe quería beber de la milenaria tradición española para tratar de bucear en busca de la redención frente a la degradación que a todos los niveles estaba sufriendo el país.
Muchas veces se acusó al fotógrafo de poner imagen a los pretendidos ideales del régimen franquista. Sus campesinos, sus mujeres, los personajes ataviados con las ropas populares de cada región, las ruinas, castillos y fortalezas, los paisajes rurales y su diversidad… han servido de pretexto por ofrecer un escenario visual a los principios del régimen. Sin embargo, sería demasiado fácil acusar de tal o cual tendencia política a Ortiz Echagüe. En sus tipos populares no hace más que reflejar la corriente folclorista y etnicista que vivía la ciencia social de su época, empeñada en lo pintoresco, en lo llamativo, en lo exótico dentro de nuestras propias fronteras. No era más que ese cierto aire de suficiencia del paseante y excursionista que se adentra en el inframundo de una España rural, cateta e ignorante, y ofrece su mirada fría y distante como remedio a unos males que le son ajenos.
Fuera de sus miles de interpretaciones, lecturas e ideas que suscita la obra de Ortiz Echagüe, no puede dejarse de lado la labor gráfica del fotógrafo, la genialidad en sus series temáticas donde lo visual se conjuga perfectamente con su tremenda capacidad estética, generando una obra magnífica, amplia, perfecta, que nos ha legado uno de las mejores fuentes documentales para conocer desde el punto de vista antropológico y social nuestra España de tiempos ya pasados.
Luis Pérez Armiño