Caminos, sendas, huellas…, que nos definen y nos condenan, pero también que nos redimen de nuestras miserias, porque siempre hay un rayo de luz al final de esta huida hacia adelante. Si miramos hacia atrás nos estremecemos, pero si lo hacemos hacia adelante, nos engañamos con esa última esperanza que ansiamos llegar a tocar. El caminante de hojalata nos propone eso, llegar al final del camino con el alma limpia, para de ese modo, poder volver a reinterpretar el mundo y hacerlo de la forma correcta y, alcanzar así, ese paraíso del que un día nos hablaron, pero que no supimos encontrar.
Camino III
Esta noche duermo solo
En un claro del bosque.
Cientos de ramas pronuncian mi nombre y
El de muchos otros.
Con dos manos en forma de caracolas
En las que se oye el mar
Tapo mis oídos e intento dormir.
Me siento como el niño que ve cerrarse la puerta
Tras el beso de papá.
Solo queda silencio
El mismo que precede al convicto antes
de escuchar la condena.
Busco los personajes de todos los cuentos
Infantiles para prenderlos en la hoguera y
Dar calor a tanta ausencia.
Como nos dice Josep Piella en la contraportada de este poemario intenso y existencial: «Camina junto a mí, querido lector, en estos poemas donde la falta de luz no impide que podamos avanzar hacia un nuevo amanecer. En ellos verás soledad, muerte, tristeza, dolor, pérdida… pero también amor y esperanza.
Recuerda que los poetas, cuando escribimos, tenemos la mitad del alma en el paraíso y la mitad del alma en el infierno.” Un viaje a lo largo de un universo en ruinas, pero un viaje, al fin y al cabo, en el que ver y compartir el alma del ser humano.
Ángel Silvelo Gabriel.