'Juan y Eva', de Paula de Luque

Por Avellanal

Narrar los albores de (indudablemente) la historia de amor más trascendental del siglo XX en Argentina no debe ser un desafío sencillo para ningún director; ni tan siquiera lo hubiese sido, intuyo, para Leonardo Favio, faro cinematográfico de varias generaciones y quien más fidedignamente supo captar el espíritu del peronismo en una pantalla. No es casualidad, en consecuencia, que la película de Paula de Luque que se concentra en el período que va desde el terremoto en San Juan hasta el mítico 17 de octubre de 1945 (dos temblores, uno geológico y el otro social) esté dedicada al director de Perón, sinfonía del sentimiento. Sin embargo, hace falta aclarar de entrada: todo lo que en Favio vuelve fascinante al peronismo como movimiento político masivo, aun para los que no son peronistas, en Juan y Eva brilla completamente por su ausencia. En otras palabras, quizás por limitaciones presupuestarias, quizás por circunscribirse únicamente a trazar un retrato íntimo de la pasión, quizás por no correr mayores riesgos, De Luque borra de un plumazo al germen y núcleo del peronismo, en el momento en que surgía: el pueblo, tan vívido y presente en Favio, aquí es tan sólo un espectador de lujo al que, sobre el final, se lo encapsula mediante algunas filmaciones de archivo.

Pese a dicha omisión voluntaria, el film tiene el mérito de evitar situaciones o diálogos archiconocidos, eludiendo caer en la obviedad histórica, y concentrándose en detalles ignorados por la mayoría, como el relevamiento de otras mujeres cercanas a Perón: la cuñada de su primer matrimonio y la poetisa uruguaya Blanca Luz Brum (notable actuación de María Ucedo, con quien Julieta Díaz –como Evita– mantiene un duelo actoral interesante, especialmente cuando ésta le reprocha el tono en exceso lírico de los discursos que le escribe al líder). Y ya que hablamos de interpretaciones convincentes, vale decir que Osmar Nuñez sale airoso en el papel de Perón, pues a diferencia de otros actores que lo han encarnado desde la caricatura (Jonathan Pryce, Víctor Laplace), aquí se nota que no busca imitarlo, y pese a que el parecido físico no es sustantivo, a medida que el metraje avanza hasta se perciben signos distintivos de la evolución del personaje histórico (pues en ese lapso temporal, no hay que olvidarlo, es cuando un coronel con cierto poder pasa a transformarse en el hombre público más importante del país). Por otro lado, y sobre todo para los que tenemos cierto cariño mezclado con admiración para con Alfredo Casero, resulta simpático verlo en efímeras escenas como el lobbista y embajador de EE.UU., Spruille Braden.

Pese a algunas chicanas políticas innecesarias, que podrían haberse evitado en una producción supuestamente apartidaria, hay que reconocer que el tratamiento que De Luque les confiere a las dos figuras centrales surge (claramente) de la admiración, pero en ningún momento cae en el endiosamiento. De hecho, el guión hace especial hincapié en el carácter celoso de Eva –zambullendo la cámara afablemente en lo más íntimo y desconocido–, hasta llegar casi a los límites de lo patológico. Allí también el espectador puede observar, por instantes, obrarse otro cambio sustancial: cómo esa muchacha provinciana con sueños de actriz estrella, mientras más se acerca a Perón, se va convirtiendo paulatinamente en Evita, al tiempo que genera mayor rechazo a su alrededor cuando despierta su conciencia política.

He leído por ahí, en tono halagador, que se trata del primer filme que osa mostrar escenas de sexo entre los fundadores del movimiento nacional justicialista. Desconozco si esta afirmación es del todo correcta; pero, sea como sea, a estas alturas del partido, más que tratarse de un gesto de audacia o irreverencia, dichos planos –porque, en concreto, son primeros planos y planos americanos casi congelados– aportan bien poco al tejido narrativo y transmiten grados bajo cero de frialdad en su composición rigurosa y desprovista de erotismo. Me quedo, en cambio, con esas últimas imágenes de la pareja en el Tigre antes de la detención del General: el río zigzagueante desde el que la cámara captura ese abrazo en el jardín es una metáfora ideal de la tensión imperante. Luego, el ascensor bajando hasta el “escarmiento” es otra acertada manera de significar lo que en definitiva fue la caída victoriosa de Perón.

Sólo me resta decir una obviedad: hubiese preferido a Favio tras esta empresa complicada de rememorar la génesis del peronismo, pero claro, Favio –para desgracia del peronismo, para desgracia del cine– hay uno solo.

Juan y Eva (Argentina, 2011).
Director: Paula de Luque.
Intérpretes: Osmar Nuñez, Julieta Díaz, Sergio Boris, María Ucedo, Fernán Mirás, Alfredo Casero.
Calificación: 6.