Juicio final: Pura formalidad (Una pura formalità, Giuseppe Tornatore, 1994)

Publicado el 23 noviembre 2020 por 39escalones

Una noche tormentosa, un hombre angustiado que a duras penas atraviesa un páramo, y un disparo. Un desconocido que se identifica como Onoff (Gérard Depardieu), famoso escritor que lleva años sin publicar, es arrestado por la policía y trasladado al ruinoso edificio de la comisaría, lleno de goteras, para un largo interrogatorio que se prolongará toda la noche, mientras sigue jarreando como si nunca más fuera a amanecer. A pesar de que el inspector (Roman Polanski) encargado del caso se confiesa un gran admirador de su obra, el ambiente es tenso y hostil, y las complicaciones se acrecientan al no portar el detenido identificación alguna (el célebre Onoff es conocido porque rehúye continuamente la atención de los focos y no se deja ver públicamente) y manifestar amplias lagunas de memoria, reales o fingidas, en el momento de responder las preguntas más comprometidas para sus intereses. Las preceptivas cortesías y cautelas iniciales, el primer intercambio de impresiones que debe descartar cualquier sombra de sospecha sobre el detenido, la pura formalidad contenida en el título, dan lugar a un duro juego del ratón y el gato durante el que el escurridizo Onoff mezcla su biografía, las tramas, los personajes y los sucedidos de algunas de sus novelas y la selectiva distorsión de la verdad, sembrando dudas o negándolas a su gusto sobre algunas de las cuestiones sobre las que es interrogado para desconcierto del policía, correcto en las formas pero extraordinariamente penetrante e inquisitivo, poco dado a dejarse engañar y aparente poseedor de varios ases bajo la manga, de informaciones insospechadas, de revelaciones obtenidas a través de recónditos medios. De igual manera, las indagaciones del inspector parecen versar no solo sobre los acontecimientos del día (horarios, movimientos, compañías, etc.), es decir, no van encaminadas a acreditar o desmontar posibles coartadas o a la búsqueda del móvil criminal; también, y sobre todo, parecen abrir una investigación integral sobre la vida de Onoff, el estado de su matrimonio, las posibles infidelidades de la pareja, su carrera literaria, su psicología, los acontecimientos cruciales a lo largo de su vida, sus amores, amistades y sus relaciones famliares, así como otros instantes relevantes de la vida del escritor que, en apariencia, van mucho más allá del hecho criminal y que pueden obedecer tanto a algún enigmático y retorcido proceso de deducción policial como a la condición de apasionado admirador literario. Poco a poco, el interrogatorio sobre el principal acusado del asesinato detonante de la detención da paso a algo que cobra la forma de una causa general sobre Onoff, un juicio determinante sobre su paso por el mundo, y lo que ha empezado siendo una pura formalidad, una mera cuestión de trámite, termina por adquirir un significado inesperado…

No es de extrañar que el cineasta Roman Polanski aceptara el papel del inspector (un policía sin nombre) en esta película de Giuseppe Tornatore. Porque el universo que recrea el director italiano, la puesta en escena (un edificio antiguo que se mantiene en precario, dependencias lúgubres y sucias, mobiliario viejo y desgastado, goteras por doquier, frío, corrientes y toda clase de incomodidades), está directamente emparentada con esas atmósferas cerradas y absorbentes, si no asfixiantes, que el director francopolaco gusta de utilizar en buena parte de su filmografía. Lo desapacible del entorno impregna el carácter de los protagonistas y, como consecuencia de ello, el tono dramático en que se desarrolla la acción durante la mayor parte de las casi dos horas de metraje, una desairada conversación de ida y vuelta en la que nada es lo que aparenta. La historia se sustenta en las interpretaciones del dúo protagonista, un Depardieu estupendo y un Polanski colosal, que se mueve a plena satisfacción en un escenario y con un material que podría ser propio y que ofrece una de las mejores interpretaciones de su paralela carrera como actor. El tono general de artificio, el planteamiento excesivamente deudor de lo teatral en cuanto a las formas y ciertos momentos de confusión y falta de concreción en el guion y de correspondiente desorientación del espectador respecto a lo que se cuenta no obstan para dejarse arrastrar por una trama rica en giros argumentales, en cambios de perspectiva y en diálogos concisos, opacos o reveladores según el caso, casi siempre punzantes, a veces brillantes, siempre acompañados de silencios elocuentes, dobles intenciones o alusiones veladas.

Esas inconcreciones señaladas, sin embargo, pueden ser consecuencia de cierta voluntad de indeterminación en el conjunto del drama, presentado como un thriller criminal pero que termina derivando a otra categoría que podría denominarse thriller existencial: el inspector no tiene nombre, tampoco lo tiene el pueblo, la comisaría se halla en un lugar aislado, rodeado de la oscuridad de la noche y expuesto a las lluvias torrenciales que amenazan con anegarlo o incluso derribarlo, el páramo sumido en la penumbra cerrada, caminos y carreteras que no se sabe de dónde vienen y hacia dónde van… Todos los elementos de la puesta en escena, acompañados por la inquietante partitura de Ennio Morricone, poseen una naturaleza indeterminada, anónima, casual, casi fantasmal, se presentan vacíos de significado, de intención o de valor narrativo por sí mismos hasta que con el paso de los minutos y la toma por parte del argumento de una nueva dimensión que excede la puramente propia del thriller van adquiriendo nuevos y más profundos sentidos, proporcionan a la película una segunda lectura que, como en esos clásicos finales sorpresa filmados por Billy Wilder, Joseph L. Mankiewicz o George Roy Hill, terminan por convencer al espectador, una vez este recompone y recoloca las piezas y repasa lo visto a la luz de la nueva verdad que se le ha revelado, de que ha visto una película muy distinta a la que inicialmente se apuntaba, a aquella cuyos hechos y elementos iba colocando según la lógica narrativa aparente, muy diferente, en suma, de lo que el desarrollo del argumento e incluso la conclusión, ya de día, con el furgón partiendo hacia el pueblo que se vislumbra próximo a los viejos muros de la comisaría, permitían adivinar al comienzo.

De este modo, Tornatore se aparta de los ejercicios sentimentales de aire siciliano que han dominado buena parte de su trayectoria como director y ofrece una película tan interesante en el fondo como irregular en la forma, pero sobre la que domina en última instancia un clima de proceso personal, de juicio sumarísimo al alma de un personaje como Onoff, que en su propio nombre lleva implícita su duplicidad, su condición de ángel y demonio, un hombre ordinario, lleno de virtudes y defectos, que recala en una especie de purgatorio policial en tanto sus pecados son evaluados antes de verse redirigido a la cárcel del infierno o al cielo de la libertad.