Julian Schnabel: Biografía, Obras y Exposiciones

Por Alejandra De Argos @ArgosDe

Artista exuberante, de personalidad impetuosa, Julian Schnabel, al igual que su su obra, impresiona. Adorado por unos y denostado por otros, adquirió renombre casi inmediatamente por su extravagante comportamiento, su franqueza y su narcisismo. Muchos afirman que los críticos juzgaron su trabajo no tanto por su mérito potencial como por la arrolladora personalidad del carismático artista. Además de la pintura, su impulso creativo le llevó a diversificar su actividad: música, escultura, fotografía o cine son campos a los que también ha contribuido con su especial estilo.

 

Schnabel nació en Brooklyn en 1951, pero fue educado en Texas, muy cerca de la frontera con México. Tras graduarse en Bellas Artes en Houston, tuvo la oportunidad de entrar en el programa de estudios del Museo Whitney de Arte Norteamericano de Nueva York. Sus frecuentes viajes a Europa le permitieron tomar contacto de primera mano con la obra de infinidad de artistas, y algunos de los que más influirían en él serían Antoni Gaudí, Ty Twombly, Pablo Picasso o Jackson Pollock. El éxito le llegó en 1979 a raíz de su exposición en la Galería Mary Boone.

 

Fue uno de los artistas que, junto a Jean-Michel Basquiat y David Salle, intentaron hacer retornar a la pintura a su estado anterior a la abstracción mediante un estilo que permitía la expresividad y el exceso, en contraste con el ascetismo e intelectualismo del arte minimalista y conceptualista de la época.

 

Encuadrado por los críticos en el Neoexpresionismo o bad painting, tuvo un papel predominante en el regreso de la pintura figurativa y reintrodujo el sentimiento humano en su obra, dotándola de relieve mediante la acumulación de materiales sobre soportes poco convencionales, como terciopelo negro, lonas viejas o cartón para obtener pinturas-collage. En esta línea, sus obras más representativas son las plate paintings o pinturas con platos, idea que surgiría al contemplar los mosaicos de Gaudí en el Parque Güell de Barcelona. «Cuando empecé a trabajar con platos, fui consciente de las posibilidades que ofrecían para que la apariencia de las pinturas fuera completamente distinta. Los platos, por ser blancos y brillantes, podían utilizarse como fuente de luz y daba la impresión de que la imagen que pintaba sobre ellos flotaba. Aunque estuvieran pegados, parecía como si se hubieran lanzado y estrellado contra la pintura, la sensación era de explosión. La impresión era la de una imagen destruida, en lugar de adherida... y eso hacía que la obra respirara, que de alguna manera estuviera viva».

 

Al igual que Andy Warhol o Salvador Dalí, su fuerte sería la promoción de sí mismo valiéndose de su excentricidad para atraer a los medios... cuesta creer que su afición a aparecer en público en pijama sea solo por comodidad. Pero lo cierto es que, aunque suene paradójico, dado su estatus casi mítico como estrella del arte de los 80 y su reciente celebridad como director de cine, este polifacético artista permaneció casi olvidado por los críticos y conservadores de museos durante más de veinte años. La contradicción radica en que siempre ha sido una figura cultural muy visible, pero a la vez sutilmente presente como pintor. Y es que entre 1987 y 2012 ningún museo en Estados Unidos tuvo interés en realizar una exposición que mostrara su obra en profundidad y, en las que realizaron las galerías, apenas se pudo presentar una pequeña proporción de su prolífica obra. Es posible que, entre otros factores, el gran tamaño de sus pinturas fuese un obstáculo a la hora de exhibirlas o que el inesperado éxito de sus películas haya distraído la atención de su actividad pictórica: lo cierto es que se hizo recurrente la afirmación de que sus películas eran mejores que sus pinturas.

 

No obstante, él insiste en que, a pesar de ser más conocido por sus películas, es pintor por encima de todo: «La pintura es para mí como la respiración. Es lo que hago todo el tiempo. Soy pintor. Mis películas son una extensión de mis pinturas. Hago películas porque hay historias que contar, pero mis pinturas son mi historia». En el ámbito cinematográfico ha escrito y dirigido cinco películas: Basquiat (1996); la adaptación de la autobiografía de Reinaldo Arenas protagonizada por Javier Bardem, Antes que anochezca (2000), que también produjo; las memorias del francés Jean-Dominique Bauby, La escafandra y la mariposa (2007), con la que ganó varios premios como mejor director; Berlín (2007) y Miral (2010).

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La energía de su carácter transmite a sus pinturas una teatralidad y exhibicionismo que fascina y, a decir de algunos críticos, incongruencia y vulgaridad... pero esto precisamente es la prueba de su talla artística: convertir lo que para muchos son extravagancias en rasgos de genialidad que llegan al público.

   

Algo que llama la atención de la obra de Schnabel es su gusto por mezclar medios y estilos para tratar grandes temas del hombre en talla XL... y es que el tamaño también importa y la potencia de su trabajo solo puede apreciarse cuando se ve en persona: la enorme escala de algunas de sus obras hace que se experimenten como una arquitectura; las superficies irregulares de las pinturas de platos en las que las imágenes se unen o rompen según la distancia del espectador; las texturas tan distintas de sus soportes (lonas viejas, pieles de caballo, terciopelo, poliéster) y la abundancia de materiales (encáustica, resina, astas de ciervo o antiguos bordados) que incitan a los espectadores a tocar las obras... son detalles que se pierden en las reproducciones fotográficas, como si su intención hubiese sido hacer pinturas que se resistan a ser reproducidas fácilmente mediante la fotografía. Nada descabellado si se tiene en cuenta la importancia que el artista concede a la presencia del espectador ante la obra de arte: «las pinturas son objetos físicos que tienen que ser vistos en persona. Es difícil apreciar la intensidad de una pintura desde una reproducción».

 

Los cuadros de Schnabel en ocasiones representan motivos religiosos y, en particular, iconografía y temas católicos, influencia del tiempo que vivió cerca de la frontera con México. Esta relación de juventud con la cultura mexicana, presentando de refilón temas religiosos, le ha permitido infundir significado a sus pinturas, conectar con la historia del arte, aunque, a menudo, de forma satírica.

 

Durante las cuatro décadas de su carrera, lo que no ha cambiado es la vitalidad que emplea en su proceso creativo, que no es más que el traslado del ímpetu que impulsa su vida: mediante el arte, procurando nuevas formas de expresión, busca afirmarse a sí mismo. Y esta energía la aplica también a otros campos como la escultura, la música o el diseño de mobiliario e interiores, como el Hotel Gramercy Park o el Palazzo Chupi, su residencia en Greenwich Village... la lista de las actividades que realiza es interminable, lo que le ha valido que muchos le hayan otorgado el calificativo de "hombre del Renacimiento".

 

Hay quien ha criticado el uso excesivo del collage y su experimentación con materiales extraños, la zafiedad con la que aplica la pintura y su estilo tosco, hasta el tamaño de sus obras. Pero lo que para unos es incompetencia, para otros es inspiración y originalidad. «Mis pinturas ocupan su espacio, plantan cara. La gente siempre va a reaccionar ante eso. Algunas personas se sentirán inspiradas, otros se ofenderán. Pero, eso es bueno. A mí me gusta»

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