King Kong es una máquina que en primer lugar parametriza a los paseantes de los que extrae información biológica, fisioeléctrica y sintomática, aún sin disponer de permiso y a petición de nadie. Está en la calle haciendo screenings, midiendo la tensión arterial, tomando cifras de colesterol, desarrollando imágenes del tórax con rayos X, llevando a cabo mamografías, explorando ondas eléctricas en el corazón, y tomando muestras vaginales de virus. Cada vez le resulta más fácil encontrar paseantes que den positivo en su umbral, una alarma se enciende. Una pastilla se posa en la boca del paseante que la ingiere porque un King Kong cibernético le ha dicho que si no se la toma, su vida se acortará. A King Kong le desarrollan cada vez más su sensibilidad, cada vez tiene los ojos más penetrantes por lo que detecta hasta microtumoraciones casi ya a un nivel celular, no hay estructura interna que le pueda pasar desapercibida. Además a King Kong le regulan el umbral cada cierto tiempo, porque hay demasiados paseantes que aún con todo, no dan positivo a nada, y esto supone pérdida de clientes para sus ingenieros, que son sus padres, y a sus padres, él los quiere mucho. King Kong después de todo es humano y la lealtad es el sentimiento que más embelesado le tiene. King Kong cuenta también con técnicas que emplea para asustar a los paseantes que sean tercos y acaben dejándose de tomar la pastilla, o salgan corriendo despavoridos. Por eso ha colocado altavoces por toda la ciudad magnificando los parámetros que mide, configurando un nuevo Olimpo de dioses modernos, todos temerosos. Está Colesterol que anuncia muertes por obstrucción de arterias, Depresión que induce a la gente a pensar seriamente en irse de este mundo (muchos porque no soportan a monstruos como King Kong), Bipolar, un dios desconocido hasta ahora, pero cuya furia ha crecido y amenaza con ser la nueva epidemia de nuestro tiempo. Todos hacen uso de los altavoces como trasmisores de pavor. King Kong, cuando hace parar a un paseante, aún con su alarma encendida, y le muestra la pastilla, ya tiene casi todo el trabajo hecho. El paseante mira al altavoz que cuelga inmenso de uno de los rascacielos, y sin pensarlo, ingiere la droga. King Kong no duerme aunque a veces está cansado y desde lo alto de los rascacielos mira a la ciudad, y en secreto, muy en el fondo de su alma cibernética, espera que un día, uno de esos paseantes, le descubra la belleza que nunca ha visto, pero de la que intuye su existencia.
Puede que ese día, ya no quiera ir más a la ciudad.
Paco Mtz.Granados