Su fascinación por los procesos caóticos e incontrolados que parecen definir la urbanización contemporánea le han mostrado un camino para describir los problemas estéticos de la convivencia en las ciudades desde una perspectiva diversa. Esa visión estetizante del mundo le ha impedido ejercer una crítica verdaderamente reformista más allá de la brillantez de las metáforas para la descalificación de aquello que no le gusta. El conformismo parece siempre aflorar desde el fondo de sus escritos a pesar de su radicalidad formal.La vastedad de sus conocimientos y la brillantez de su escritura le han permitido construir una reputación internacional como gurú de la arquitectura e interprete de las cuestiones más actuales. Cada vez que llega a mis manos un texto de Koolhaas, lo leo con fruición. Algo que creo les ha venido ocurriendo a muchos arquitectos, a lo largo y a lo ancho del planeta durante los últimos treinta años. Es alguien que tiene una gran capacidad para arrastrarte en sus ensoñaciones y pensamientos a una visión nihilista del urbanismo y de la política de nuestros días.
Edificios X, Y y Z del Rockefeller Center. Wallace K. HarrisonSu recorrido delirante por Nueva York comenzaría con la somera descripción histórica de la inserción urbana de la pieza más representativa, Central Park, adjetivando el proyecto paisajístico de Olmsted como alfombra sintética de la Arcadia. Siguiendo el trazado de la construcción urbana, le interesaría reseñar la aparición de un nuevo paraíso artificial, aquel que supuso Coney Island. Aquel parque de atracciones junto al mar constituiría un experimento urbanístico fundamental; una estrategia que Koolhaas analiza brillantemente, y que sería el inicio de una nueva forma de estructuración de la ciudad contemporánea como decorado y espectáculo para el entretenimiento de las masas. Para él, la construcción de escenarios y la exaltación de las representaciones teatrales serían el epítome de la expresión urbanística del siglo XX, aquello que realmente importaría por encima de las realidades físicas metropolitanas. Una anécdota aun más interesante para él, es la que supondría la construcción de la moderna ciudad americana a partir de una precisa de su ordenanza volumétrica. Las complejas e intrincadas disposiciones normativas urbanísticas neoyorquinas, de carácter higiénico e iluminista, constituirían un marco que daría lugar a una especial formalización de la metrópolis. Un diseño urbanístico reglado que adquiriría posteriormente condición artística en los debates de Hugh Ferris y sus colegas en lo que llama Manhattanismo. La prueba definitiva de la expresión metropolitana de Nueva York la ejemplifica Koolhaas en el proceso de definición y concreción proyectual del Rockefeller Center. Un esfuerzo colectivo para la creación de una pieza representativa de la ciudad, en la que intervendrían los arquitectos locales más destacados de ese momento; entre otros, Andrew Reinhardt, Raymond Hood, Harvey Wiley Corbett y Wallace K. Harrison. Para Koolhaas, este conjunto urbanístico situado en la Quinta Avenida sería una obra maestra sin un liderazgo genial definido. El libro se cerraría con la descripción del desembarco en la ciudad de dos brillantes ideólogos europeos amparados por visiones estéticas divergentes. Dalí y Le Corbusier serían preeminentes figuras intelectuales a la conquista del nuevo continente, que tratarían de imponer sus visiones respectivas en América estableciendo una primera cabeza de puente cultural a comienzos de los años 30. Mientras la inteligencia práctica de Dalí le permite alcanzar allí un reconocimiento si paliativos desde su primera vista, al suizo la notoriedad le es negada en una primera instancia. Dalí utilizaría el método discursivo de la interpretación apropiativa, o crítico-paranoico en su especial jerga, para ganarse a los americanos: Biuer! Ai bring ou surrealism. Aulredi meni pipoul in Niu York jove bin infectad bai zi laifquiving and marvelous sors of surrealism. Lo irracional a la conquista de las mentes puritanas de los americanos.El camino hacia la fama de Le Corbusier sería más tortuoso. Aunque comparte con Dalí estrategias para la adquisición de notoriedad, el uso de reclamos epatantes para llamar la atención no le sirve inicialmente en aquella ciudad. Allí haría afirmaciones contundentes como que los rascacielos serían deformes, monstruos adolescentes de la edad de la maquina manejados sin sentido como resultado de una deplorable y romántica ordenanza urbanística. Finalmente, adquiriría la popularidad periodística buscada: Así surgen titulares como el que recoge su idea de que los rascacielos americanos son demasiado pequeños.
Parecería que su descreimiento en el futuro de la humanidad le ha llevado a adoptar una visión nihilista de nuestro momento histórico. Hace años, cuando leí el impresionante artículo Junk Space, volvió a aumentar mi respeto por Rem Kollhaas. Un ligero opúsculo publicado repetidamente, y que yo leí en la versión del número especial sobre OMA de la revista A+U de Mayo de 2000. Allí, por ejemplo, decía lacónicamente y entre una multitud de frases contundentes: El espacio basura será nuestra tumba. La mitad de la humanidad poluciona para producir, la otra poluciona para consumir. Hemos construido tanto espacio basura como todo lo realizado previamente a lo largo de la historia.Las grandes paredes servían a los muralistas para mostrarnos a los dioses. Los módulos escalables del espacio basura sirven de soporte a las marcas que consumimos.En su momento, quedé fascinado con esos textos. Probablemente, debido a su rotundidad y fuerte carácter incisivo. Ejercían un efecto hipnótico con su ritmo vibrante y su cólera frente a la pasiva e incontrolada destrucción de nuestro entorno. Algo que se describía como una consecuencia de la acción inexorable de las fuerzas económicas. Rezumaba verdades que muchos compartiríamos pero que hasta entonces no habríamos sido capaces de expresar de una manera coherente. Rem Koolhaas daba cauce allí a la rabia contenida de aquellos que veíamos la radical y nefasta metamorfosis ocurrida en nuestras ciudades y durante el transcurso de nuestras vidas. Todo en aras de un flujo inmobiliario mal entendido; aquel que había acabado transformando los entornos históricos y naturales en un espacio banal asimilable a la comida basura. Las metáforas afiladas y las comparaciones sarcásticas eran un recurso eficiente para expresar la ira frente a la destrucción sistemática de las herencias del pasado en aras de una eficiencia de los flujos monetarios.