L'Impero della luce

Por Jgomezp24



No creo que sea casualidad que una de las pinturas que preside la casa de Peggy Guggenheim en Venecia sea L'Empire des Lumières de Magritte. La colección de la Sra. Guggenheim, que reposa en el jardín trasero de la casa junto a sus perros, es una de las maravillas de esta ciudad y muestra con sensibilidad y finura los entresijos de un espíritu inquieto que supo cómo gastar una gran fortuna, nacida del naufragio del Titanic (heredó la de su padre, muerto en ese viaje). Puede que, en principio, tenga poco que ver con la historia de Venecia (la gente vamos allí, en general, para ver y sentir otras cosas), pero la he vivido como una etapa imprescindible de la estancia, que hay que saborear al final de la misma: sólo cuando has vivido los cielos y visto las aguas de Venecia, sólo cuando has paseado de noche y has oído cómo llovía sobre los canales, sólo cuando has entendido el papel fundamental del arte y todas sus expresiones en la vida de esta ciudad a lo largo de los últimos ocho siglos, puedes comprender que la pulsión vital y artística de Peggy Guggenheim sólo pudiera suceder en Venecia. En su "stanza spaziosa" reposa uno de mis cuadros preferidos, el de Magritte, pintado en 1954. Aquí está la mejor expresión de la ciudad: luz y color, texturas y volumen, reposo y silencio. Venecia.

Por supuesto...no a cualquier hora ni en cualquier lugar, no en cualquier momento del año, tampoco. Entre octubre y abril, los meses ideales pueden ser los del primer otoño y los del inicio de la primavera (con la excepción del Carnaval, claro). Nosotros hemos tenido mucha suerte: llegamos cuando la ciudad empezaba a salir del duro invierno y éramos pocos los turistas, y nos hemos ido con la llegada del apogeo pascual (cómo estaba el aeropuerto a la vuelta...) y con los primeros vuelos de vencejos sobre el canal de la Giudecca. Venecia es una ciudad de mil callejas llenas de agua, de espacios laberínticos que se abren en "campi" espaciosos, de sorpresas que uno tiene que ir descubriendo poco a poco. Tuvimos el acierto, además (gracias al consejo de un querido amigo), de dormir en La Calcina, la que fuera casa de John Ruskin en el Dorsoduro. Junto al auténtico pulmón de la ciudad (el canal de la Giudecca, en la foto), la pensión ofrece una situación estratégica y un acomodo de otro siglo. Una habitación con vistas al Redentore (en la foto) y una acogida también de otros tiempos hizo el resto. No cometeré el atrevimiento de proponer visitas o itinerarios más allá de aquello que mejor hemos comido y bebido (cada cual tiene que saber realizar ese itinerario), pero tener dos de las tres obras mayores de Palladio en la ciudad (San Giorgio Maggiore y el Redentore; la tercera, San Francesco della Vigna, queda más lejos), junto a una parada clave del transporte público (Zattere), me hizo realmente feliz. ¡Y con la ciudad a un tiro de vaporetto! Hemos tenido sol, hemos tenido viento (del sur y del norte), hemos tenido frío y lluvia, hemos tenido nubes y claros, hemos tenido "acqua alta" incluso (¡qué espectáculo poder verla desde el salón de la pensión con un buen amaro Averna en las manos!). Intensidad, pues, sensibilidad y arte por todas partes.

También en la comida, por supuesto, y, menos, en la bebida. Cuando son dos los que viajan y uno bebe muy poco (no soy yo...), estás bastante "vendido" en el tema de las botellas: tienes que ir muchas veces por copas y, vaya, no en todas partes encuentra uno la oferta de Monvínic...He bebido alguna cosa interesante, sí, pero sobre lo que mejor puedo escribir es sobre aquello que hemos comido. Lo más interesante son los "cicheti", sin duda, la máxima expresión de la cocina al instante y popular veneciana. "Montaditos" hechos al momento en alguno de los mejores bares y "osterie" de la ciudad, desde la buena mezcla entre creatividad y clasicismo del Cantinone Gia Schiavi (Fondamenta Nani 992), con un superior "salsa tartara di tonno e cacao amaro"; hasta el más tradicional (cerca del mercado de Rialto) Dai zemei (Ruga vecchia San Giovanni 1045), con unas deliciosas combinaciones vegetales y con quesos. Encontramos cerrada una referencia que teníamos clara (All'arco, calle dell'arco 436), pero ya caerá... De los restaurantes, "trattorie" populares que hemos pisado, me quedo con tres: Da Alberto (calle Larga G. Gallina 5401), donde tomamos un delicioso risotto con bacallà mantecato (una de las especialidades de Venecia: digamos que se parece mucho a una brandada de bacalao); Da Ignazio (calle Saoneri 2749), un restaurante de otro tiempo (cocina regentada por ancianas de manos sabias y servido por camareros con americana blanca y lazo negro) donde tomamos un "misto di pesce", fritura de gran pericia muy fresca, y uno de los mejores platos de la estancia: "sepioline" con su tinta y "pollenta alla griglia", un prodigio de suavidades y sabores mezclados de mar y campo. Aquí cayó un muy buen Ribolla di Oslavia riserva di Primosic 2006, oro viejo con un punto de oxidación, aires de macchia mediterránea y gran presencia en boca. No me olvido del mejor flan casero que haya tomado en mi vida, lo juro.
El tercer lugar tradicional que merece ser visitado es la Enoiteca Mascareta (calle Lunga S. Maria Formosa 5183), de Mauro Lorenzon. Doy el nombre porque el tipo es un personaje de cuidado: disfrazado (o no...) con chaleco multicolor y lazo a juego, tejanos y zapatillas deportivas, este cincuentón domina el escenario con gran maestría, socarrón y campechano. Te monta unos platos combinados de pescados en conservas variadas (su salmón marinado y su atún resultaron geniales) y de embutidos y quesos, que dan ya para varias cenas. Tiene una bodega importante pero aquí, sí, fue el único sitio donde su propia selección de vinos por copas me convenció. Lo tiene claro: te pone la botella y tú pagas por lo que bebes. Si queda en la botella, lo liquida en otra mesa. Tuvimos suerte y el raboso del piave La Salute 2005 lo estrenamos nosotros: fresco y jovial, mínimo carbónico todavía, taninos moderados, extracción suave, vegetal y con aromas de cereza, casó muy bien con el embutido. No era un raboso tradicional pero supo a gloria. Con los pescados, sacó su prosecco, (botella para nosotros también) el único que merece mención aquí: nacido de la colaboración entre Mauro e Ivan Geronazzo, procede de los colli Trevigiani, no conoce más levaduras que las del viñedo (Rive Longhe) y no tiene ni filtraciones ni estabilizaciones. Tenía algo de azúcar residual (sería brut), pero su burbuja estaba muy bien, era fresco y con aires de lima-limón. Bien. Quedó para otra ocasión (estaba cerrado cuando íbamos a por él...) Do Mori (Sotoportego dei do Mori 429), una dirección muy recomendada. De los sitios que suelen identificarse como de cocina "creativa" (modernos, vaya...), confiamos sólo en uno: Anice stellato (Fondamenta della Sensa 3272), con un local muy agradable y junto al canal y puente que da acceso al gheto. Con las mesas fuera, éste tiene que ser un sitio muy recomendable. Al estilo de las antiguas casas de comidas italianas y francesas, aquí se comparte mesa (no tuvimos suerte...no entraré en detalles) y un ambiente amable y jovial. Nuestros dos segundos estuvieron muy bien: unos filetes de gallo de San Pedro (en el mercado del pescado de Rialto tenían piezas fantásticas y a un precio mucho mejor que el que pagamos aquí) con radicchio de Treviso y unos "moeche" (cangrejos de tamaño mediano) y alcachofas en fritura. Todo sabroso y muy al punto. Los vinos, discretos y los postres, peor.

¿Vivir y morir en Venecia? Nos pareció, a mi santa y a mí, que es una ciudad dura y exigente para los ancianos. Si son millonarios, seguro que no hay problema. Es cierto, también, que la cultura de la ayuda, de echar una mano para pasar el puente o subir al vaporetto con el carro de la compra, está muy arraigada. Pero al final, siempre estarás tú solo ante el escalón, y en Venecia ¡hay muchos! En fin...este final viene a cuento porque cuando una ciudad te atrapa mucho siempre piensa uno "¿podrías acabar tus días aquí?" Tras visitar el cementario de San Michele, tras entender por qué son como son los cielos del Tiepolo y los azules y rojos de Bellini, y tras reconocer que nos queda mucho por ver, conocer, probar y comer, sí tenemos claro que pasaremos más temporadas en la Serenísima y si las Parcas corten mi hilo aquí, ahora mismo me pienso (y dejo por escrito) si sigo con mi Cimittero acattolico per gli stranieri al Monte Testaccio de Roma o me vengo para San Michele de Venezia: esto de tener una isla entera por cementerio, y tan bella, me dejó anonadado. Igual me abro un Foja Tonda 2005 de Albino Armani ahora mismo para meditar sobre el asunto...