Cuesta. Pero hay que racionalizar la farmacia y la terapéutica en esta parte del mundo.
Que la prescrición de fàrmacos se vaya a regular por ley en este país no deja de ser una rendición ante un gasto que la administración considera excesivo y una limitación a la libre prescripción: no lo hacemos los médicos, pues lo hará la administración.
Cierto es que los médicos no lo hemos hecho bien, enfangados en las corruptelas que representa la presión de la industria farmacéutica. Y que también los farmacéuticos se han beneficiado de una libertad mal aplicada. Y no digamos la industria que ha aprovechado todos los instrumentos del consumismo para favorecer sus intereses.
Pero la administración: ésta, la anterior y la anterior a la anterior; la del gobierno central y las de los reinos de taifas autonómicas, han desordenado, manipulado, procrastinado y ignorado una regulación del consumos de medicamentos en aras de un populismo mal entendido arrastrado de la época de la dictadura. Aún estamos pagando las generosidades populistas de unos gobiernos totalitarios intrinsicamente injustos. Y los usuarios en general que se han aprovechado del costo subvencionado de los fármacos para exigir recetas y acumular medicamentos sin usar en el armarito del cuarto de baño. En eso del despilfarro en el consumo farmacéutico no hay inocentes: que nadie se agache a coger la primera piedra no sea que alguno aproveche la postura para darle una patada en la boca.
Pero la prescripción de genéricos es sólo una pequeña parte de los que se necesita para reducir el gasto farmacéutico. Hace más de 20 años los sucesivos Programas selectivos de rvisión de medicamentos (PROSEREME) dieron al traste con multitud de mejunjes inútiles y boticas cargadas de patrañas. Algunas regulaciones han disminuido las intoxicaciones infantiles al optar la industria por favorecer el envasado en “blister”, menos accesible para los pequeños. Pero cambiaron poco los hábitos tanto de prescripción como de consumo: para muchos médicos el recurso de la receta les ahorra explicaciones y otros consejos y a los pacientes les cuesta salir de la consulta sin llevarse “algo”.
El cambio de mentalidad no va a ser fácil, pero es definitivamente posible. En mi consulta de Atención Primaria, a la que accedí en substitución de un profesional competente pero poliprescriptor he reducido las recetas al mínimo sin encontrar resistencias. Recientemente durante tres dias consecutivos con una media de 20 pacientes (estamos en verano) no he hecho NINGUNA receta, ni siquiera un antitérmico. Y creo poder afirmar que todos se fueron dando las gracias. (Otra interpretación es que es posible que esos pacientes tampoco precisasen la visita en primer lugar, pero la demanda es la que es).
En la aceptación social de los medicamentos genéricos tenemos una responsabilidad directa los médicos prescriptores y los pediatras sociales la de promover actividades que le den apoyo.
X. Allué (Editor)