En los post anteriores hemos hablado de la agresividad, de lo qué es, de cómo se gesta, de cómo actuar ante las personas agresivas - o mejor dicho ante las personas con comportamiento agresivo -y también hemos hablado de la parte positiva de la agresividad.Hoy vamos a hablar de la agresividad y la mujer¿Somos las mujeres igual de agresivas que los hombres? ¿Se nos permite serlo? ¿Cómo canalizamos esa agresividad?
Antes que nada, dejemos claro que no me estoy refiriendo a la agresividad como conducta violenta, sino a la agresividad positiva. A aquella agresividad que, como decíamos en el post anterior, toda persona ya sea hombre o mujer, necesita para defenderse, para hacerse respetar, para afirmarse.
A la pregunta de si somos las mujeres igual de agresivas que los hombres la respuesta es sí, por supuesto. Las mujeres podemos ser igual de agresivas que los hombres: igual de tenaces, igual de competitivas, igual de inconformistas, igual de luchadoras… ¡o más!Pero a la pregunta de si se nos permite serlo, la respuesta es que parece que nos encontramos bastantes zancadillas en el camino. Todavía se escuchan mensajes como que “las mujeres no pegan, no gritan, no se enfadan; las mujeres no deben discutir sino callarse y tratar de enfriar el ambiente…” Es más, cuando una mujer se queja o protesta, si levanta la voz, parece que automáticamente, a ojos de los demás, se convierte en “una pesada, una histérica, una mandona, una feminista radical…”Por lo tanto, parece que sí, que la sociedad trata de cohibirnos.Párate a pensar:
¿Será que no interesa que seamos agresivas?Y le interese o no a la sociedad que lo seamos, el problema es: ¿qué ocurre cuando nos cohibimos, cuando nos mordemos la lengua, cuando nos callamos y aguantamos? ¿Adónde va toda esa rabia?Pues lamentablemente se vuelve contra nosotras mismas.Primero, cuando nos invade el sentimiento de culpabilidad (ver) como castigo por atrevernos a discutir, por “perder la compostura”.Segundo, cuando reprimimos nuestras emociones, y al hacerlo nos “intoxicamos” por dentro con sentimientos negativos como la envidia o el rencor, lo que de alguna manera nos “envilece” como personas.Tercero, cuando acumulamos tensión; estrés que luego se manifiesta en forma de trastornos psicosomáticos de todo tipo (ver)Cuarto, cuando dejamos de hacer cosas que nos gustaría hacer y para las que sin duda estamos preparadas, con lo que renunciamos a dar lo mejor de nosotras mismas y eso a la larga hace que se resienta nuestra autoestima, que nos sintamos frustradas, fracasadas… abonando el camino de la depresión
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