Durante millones de años nuestras estrategias para conservar y tratar los alimentos antes de digerirlos fueron dando forma a nuestro sistema digestivo y a nuestra capacidad autoinmune.
En un momento dado de nuestra historia (hace aproximadamente 10.000 años) descubrimos la agricultura, una nueva forma de alimentarnos nos ofrecía un nuevo estilo de vida y de organización social. De repente eramos capaces de cultivar nuestros propios vegetales, con el conocimiento de las estaciones y fases lunares llegariamos a tomar un control casi perfecto de nuestra supervivencia. Lo que no sabiamos es que durante el paso de los siglos, nuestra selección de especies alimenticias iba a jugar en nuestra contra. Creyéndonos que mejorábamos las cosechas seleccionando los especímenes más fuertes, vigorosos y de mayor volumen, solucionábamos a corto plazo el problema del hambre pero, sin saberlo, estábamos añadiendo otro muy grave que nos traería una nueva generación de enfermedades. A esto hay que sumar las modificaciones que sufren los alimentos cuando son cocinados a altas temperaturas. Mientras durante milenios nuestra forma de cocinar no superaba temperaturas del orden de los 100ºC, en la era moderna superamos con creces los 200ºC. Así cambiamos totalmente la estructura proteica de los alimentos que, al ser imposibles de tratar por nuestras bacterias intestinales completamente, convierten nuestra flora de fermentación (fisiológica) en una flora de putrefacción (no fisiológica). De esta putrefacción surgen toxinas que penetran en nuestro organismo acumulándose en ciertos órganos, lo que produce enfermedades. No nos olvidemos de esas proteínas modificadas que estimulan al sistema inmune dando lugar a multitud de enfermedades autoinmunes.
Hoy en día tendemos a medir nuestra dieta en calorías y en una lógica buscando el equilibrio entre glúcidos (hidratos de carbono), lúcidos (grasas) y prótidos (proteínas) pasando por alto la importancia que tiene la estructura molecular de los alimentos. Nuestro sistema digestivo está adaptado a una serie de alimentos que es capaz de metabolizar o combatir molecularmente. En nuestros intestinos habitan un número de bacterias con proporción 10-1 comparado con el número de células de todo nuestro cuerpo. Este ejército de 'bichitos' se encargó durante miles de años de alimentarse con las moléculas de alimentos que nuestro organismo no es capaz de digerir ni tolerar. Estas bacterias son como esos pajarillos que les limpian los dientes a los cocodrilos, sin ellos se quedarían sin dientes mucho antes y su esperanza de vida disminuiría notablemente. (enlace)Justamente eso es lo que está pasando con nosotros. A pesar de que los avances en medicina que nos alargan la vida a límites que el ser humano jamás alcanzó -o eso es lo que quieren hacernos creer-, no es menos cierto que pasamos una gran cantidad de años de nuestra vida sufriendo enfermedades crónicas que nos roban una energía preciosa que no podemos aprovechar para 'saborear' la vida plenamente que, en mi opinión personal, es de lo más importante que hemos venido a hacer a este mundo.
No lo dudéis, comer no es solo un placer, es una responsabilidad. Además de ser una forma de recargar energías y regenerar tejidos, también en una medicina para no sólo combatir enfermedades, sino para impulsar nuestra salud y que cada vez sea más fuerte. Si mantienes lejos la enfermedad no hay que combatirla.No tengáis miedo a la r-evolución pues es lo que nos ha traído hasta aquí!!Un gran abrazo y hasta la próxima