Los problemas mentales (depresión, ansiedad, trastorno por déficit de atención e hiperactividad, autismo) afectan a alrededor de un tercio de los niños. Y la psiquiatra infantil Judith Rapoport lo sabe bien. Desde la sección de neurociencia de los Institutos Nacionales de Salud estadounidenses y con más de 50 años de experiencia, ha podido observar la evolución de más de 5.000 niños. Y la entrada de la genómica en los estudios lleva a esta científica neoyorquina a elucubrar con pasión sobre el futuro de su campo, uno tan poco desarrollado que en España, por ejemplo, la psiquiatría infantil todavía no existe como especialidad académica. "Lo más interesante que hemos visto es que hay una mutación que está relacionada con todo; con la ansiedad, la depresión, la esquizofrenia o el autismo", cuenta. "Así que la amniocentesis permitirá detectar estas dolencias.
Y al llegar aquí es cuando deja el tono didáctico para entreabrir la puerta a un debate que va mucho más allá. "El Baylor College está desarrollando un biochip para detectar esa y otras mutaciones". Rapoport es consciente de que, en estos momentos, identificar genes que causan una enfermedad es, muchas veces, un brindis al sol: cuando la persona ya ha nacido, no hay forma de cambiarlos. Pero este caso es una excepción. "Quizá haya problemas en los países católicos, pero una amniocentesis podría evitar un 40% de los casos de autismo", afirma.
Cuando se le pregunta por qué hace ese matiz religioso, Rapoport sonríe y explica: "Igual que se hace cuando se detecta un caso con síndrome de Down, la mujer podría abortar si le encuentran los genes". "La mutación de la que hablo es una muy concreta que está relacionada con un montón de trastornos. No es exacta, pero puede implicar un porcentaje de tener un niño con autismo, otro de que tenga depresión, otro de que sea esquizofrénico...". La prueba del algodón de su apoyo al diagnóstico precoz y al aborto si llega el caso es cuando opina como mujer, y no como científica. Y aquí, no duda: "Yo abortaría".
Este hallazgo también tiene una lectura positiva: "Lo que hemos visto -y es lo que he contado en la Fundación Alicia Koplowitz, que es la que me ha invitado a venir a España- es que esos trastornos mentales están relacionados. Unos aparecen por un desarrollo tardío de algunas zonas del cerebro, otros por uno demasiado rápido". Por eso apunta a que "el laboratorio que consiga un fármaco que regule ese crecimiento habrá dado con un auténtico superventas".
Porque si hay algo que en este momento echa de menos es fármacos para los problemas mentales de los niños. "No hay nada realmente bueno en perspectiva", comenta. "Hasta ahora, los grandes tratamientos se han descubierto casi por casualidad". Y así sigue ocurriendo. "Lo último, que no ha sido publicado todavía, es que parece que algunos de los tratamientos para la artritis alivian el trastorno bipolar. Son cosas que se descubren cuando se ve la epidemiología a posteriori", aclara.
Contrasta el panorama no demasiado halagüeño que pinta Rapoport con su porte y su sonrisa casi continua -y eso que no le ha dado tiempo a comer-. Ella cree, en cambio, que ya se ha avanzado mucho, aunque falte otro tanto. "Parece que la situación ahora es peor que antes, que hay más niños con trastornos. Pero creo que eso no es así. Lo que pasa es que antes estábamos menos pendientes de ellos", comenta. Además, las familias antiguas, con cinco o seis hijos, no solo ocultaban el problema, "sino que hasta hacían terapia sin querer", dice.
Ahora la situación ha cambiado. "Empezamos a tratar a niños de cinco años de depresión o ansiedad. Es verdad que hay un problema para comunicarse con ellos, pero se puede hacer un buen diagnóstico si se hacen las preguntas adecuadas", dice. Y ese es el primer paso para un buen resultado. El segundo son las terapias de familia. Porque pese a todo lo que se sabe de los factores genéticos de los trastornos mentales, "no hay que olvidar los ambientales". Rapoport tiene un ejemplo al respecto. "Había una tribu india que tenía muchos problemas de comportamiento. Les dieron permiso para explotar un casino, y las mujeres pudieron dejar uno de sus dos trabajos y dedicar más tiempo a sus hijos. El resultado fue que esos problemas cayeron drásticamente. En cambio, no lo hicieron los casos de ansiedad". Entonces, ¿el dinero ayuda para conseguir la felicidad? La psiquiatra no lo duda: "Un poco".
**Publicado en "El Pais"