Casi al inicio de este único y maravilloso monólogo, la actriz María Pastor nos recuerda: «las palabras son mi vida... Dudo qué palabra escoger cuando escribo un poema... Una palabra comienza su vida cuando se escribe... Los poetas no encienden sino lámparas». Y a través de la luz de sus palabras vamos cogidos de su mano en cada frase, en cada giro, en cada uno de sus movimientos sobre el escenario, para de ese modo, dejarnos inmersos en una especie de sueño del que nunca querríamos despertar. Hay algo de mágico en estas puestas en escena, donde la vida de un creador, se convierte en verbo y en imágenes, pues en ellas sientes como su vida te va recorriendo las venas de una forma inimaginable fuera del escenario. María Pastor lo consigue, y con su mirada, sus gestos, su dicción y su fuerza expresiva, nos arrastra hasta el escenario, siendo capaz de ese modo, de romper el imaginario espejo que divide el escenario de las butacas de los espectadores. En esa especie de ola envolvente, asistimos hipnotizados a la representación de la vida de la poeta Emily Dickinson en un viaje intersensorial que, como muy bien nos recuerda María: «yo viajo por la carretera de mi alma». A lo que habría que añadir que, magnífico viaje, el que nos propone la brillantez y el acierto en la dirección Juan Pastor, que hace de la sencillez su arma infalible para mostrarnos todas y cada una de las fases vitales de la poeta norteamericana: familia, colegio, amistad, muerte, otoño, amor, invierno, religión y de nuevo el amor. «El destino es extraño», nos vuelve a recordar una sublime María Pastor, y para que no se nos olvide el leitmotiv de la vida de Emily nos apunta: «yo experimenté éxtasis por vivir». Y, en esa forma de mimetizarse con la pasión creativa de un alma encendida nos dice: ¿qué hay en la vida sino muerte y amor?
Ángel Silvelo Gabriel.