Los genios, los artísticos, los humanos, los científicos o los seres atribuidos de una belleza especial, lo son no porque hayan nacido en un determinado lugar, o hayan sufrido una determinada vida, o tengan una especial reacción a las cosas de su entorno; no, lo son porque han nacido de ese modo, surgen así desde la profunda e incognocible oscuridad del universo misterioso. Otra cosa es que realicen esa genialidad de una u otra forma dependiendo del mundo que les tocase vivir. Pero, son absolutamente únicos, no obedecen a nada, ni se dejan llevar por cosa alguna que no sea su propia esencia más personal. La genialidad es compleja, no es simple; es decir, se tiene o no se tiene, de acuerdo, pero para desarrollarla es preciso disponer, además, de elementos biopsíquicos muy concretos y particulares. Rembrandt es un pintor genial también porque manejaba los colores, la composición y los detalles con una maestría extraordinaria. Otros podrían hacer lo mismo..., ¿lo mismo?, no, lo mismo no, otros lo harían de otra forma, la opuesta forma diferente a la que ahora el genio sublima -lleva a un nivel o esfera superior desde presupuestos sencillos- con los procedimientos o las diferencias que su especial arte consigue realizar.
El lienzo pintado por Rembrandt con 24 años sobre el mito de Andrómeda es una prueba significativa de Arte genial sublimado. Es decir que, en su obra maestra, Rembrandt lleva los elementos más sencillos, incluso chocantes por su falta de adecuación a la sensación más bendecida de belleza, a la más alta representación de grandeza o de belleza artística más sublime. El mito de Andrómeda cuenta la maldición de una joven por ser sacrificada en aras de salvar a su reino de la vengativa destrucción de los dioses. Sus padres, el rey Cefeo y Casiopea, se vieron obligados a atarla cruelmente para satisfacción del dios del mar, Poseidón. La inocencia y la suerte de Andrómeda quedaron absolutamente desamparadas por la decisión fatídica de sus padres. La sensación de defenestración humana más desgarradora que tuvo que sentir Andrómeda no es comparable a nada. Los que deben defenderla inapelablemente se vuelven ahora contra ella, sin remisión. ¿Qué dolor, qué emoción de terror más incontenible, debió de sentir la joven entonces, cuando sus ataduras inflexibles la entregaran, inexorablemente, a su perdición más espantosa?
La leyenda, afortunadamente, no terminaba ahí, se transformaría en una de las bendiciones amorosas más heroicas de todas. Justo antes de acabar destruida Andrómeda sin piedad por las fauces del monstruo marino más atroz, el más heroico de los héroes griegos, Perseo, acabaría desatándola y salvándola para siempre del más pavoroso destino. Pero, sin embargo, este último detalle -fundamental para salvarnos de la desesperación- no lo tendría para nada en cuenta Rembrandt en su obra de Arte. Aquí no está Perseo por ningún lado, pero tampoco hay esperanza evidente alguna en la escena retratada por el pintor barroco. De hecho, no vemos nada más que a ella; el paisaje, por ejemplo, es neutro aquí, solo los colores artísticos -no los naturales, ni los bellos o los apasionados-, es decir, solo los colores intelectuales de una paleta genial, brillarán, junto a los perfiles más inhóspitos, en el escenario más mínimo e íntimo de una naturaleza concreta. Es ella ahora, la sufrida e invalidada Andrómeda, lo único que se representa en la obra como un motivo o razón de toda la obra artística. Su figura es la figura humana más desolada de todas las figuras humanas que se hayan retratado jamás. Y esa desolación se tiene que traducir, para Rembrandt, en la más hiriente y deteriorada imagen de una joven sin esperanza...
Para el pintor holandés, la Belleza humana no es la representación ideal de una geometría humana muy destacada por elementos procuradores de la mayor armonía divina o celestial o metafísica. Como, por ejemplo, lo fuese la Venus de otro genio, Botticelli. Para Rembrandt la belleza humana, no la natural -entendida ésta como la propia de la Naturaleza, de los paisajes, de la nubes, de las plantas, etc...-, es una belleza condicionada por la esencia maldecida de un género, el humano, condenado para siempre. El genial pintor holandés llevaría el naturalismo de su barroco infantil -o más ingenuo estéticamente- a traducir ahora mejor las emociones interiores -más permanentes- que las alejadas, por demasiado divinas, sensaciones visuales de una belleza exterior -más efímera- para representar así los rasgos más humanos -por más auténticos- de los atribulados hombres y mujeres. Pero, sin embargo, convertiría una cosa en otra... Ahora, en su lienzo Andrómeda, veremos cómo la belleza interior es llevada aquí por Rembrandt a la más exterior que un lienzo pueda albergar en tan poco espacio artístico.
Hay que acercar la mirada ahora para ver bien el gesto de horror de Andrómeda en esta obra. Desde lejos no se aprecia bien del todo. Como en la obra completa..., pero, en esta ocasión, al revés, es decir, de dentro a fuera, para poder observar así la belleza que dispone la obra de Rembrandt. No está en los rasgos convencionales de una belleza bendecida por los perfiles idealizados de una diosa erótica renacentista. Porque además, para Rembrandt, no existen las diosas eróticas renacentistas: sólo existen seres humanos derrotados por el desamparo más evidente o por el más implícito... Estamos condenados, a pesar de no comprenderlo gracias a una Naturaleza que, aparentemente, nos envuelve en una belleza traducida. Y ¿quién mejor para traducir a la inversa esa belleza que Rembrandt? La pasión genial y armoniosa más conseguida, a pesar de sus laberínticos derroteros para representar una belleza universal y emotiva, es la misma que, sin llegar a perfilarla con los sentidos más bendecidos e ideales de Belleza, conseguirá ahora alcanzar, sin embargo, el alma interior más profunda, emotiva y esperanzadora de los hombres.
(Óleo barroco Andrómeda, 1630, del pintor holandés Rembrandt, Galería Real de Pinturas Mauritshuis, La Haya, Países Bajos; Detalle de la misma obra Andrómeda, 1630, Rembrandt, La Haya.)