Para celebrar la conquista del reino de Granada, producida en el año 1492, los Reyes Católicos hispanos, Fernando V e Isabel I, decidieron erigir por entonces un pequeño templete en Roma, en la colina y en el mismo lugar donde la tradición afirmaba ya que el apostol San Pedro había sido crucificado. Años antes, en 1480, los mismos monarcas habían patrocinado la construcción de una iglesia, San Pietro in Montorio, que acabaría convertida en un convento franciscano en esa misma colina romana llamada del Janículo. Esta colina, situada al sur de la colina Vaticana, no fue muy afortunada en la antigüedad ni en el medievo. Situada a las afueras de Roma, más allá de las Murallas Servianas, unas murallas que rodeaban y resguardaban la antigua ciudad imperial, fue consagrada sin embargo a una deidad, Furrina, una diosa de la fuente del Janículo y de las aguas que abundaban ya en la frondosa y boscosa colina. Esta era una diosa romana de la paz social, y que castigaría a todos aquellos que ahora pudieran perturbarla. Cuando las costumbres de Roma cambiaron y se relajaron, y así luego toda su política, se dejaría por entonces de adorar a la diosa Furrina. Simplemente se acabó temiendo que la diosa lanzara ahora su furia contra Roma. Era mejor dejar de adorarla que arriesgarse alguna vez a sufrir ya su venganza.
Así que durante el largo periodo medieval, la colina del Janículo quedó ya abandonada y baldía. Fue luego, en el Renacimiento, cuando empezó a construirse ya algunas villas, y así hasta que la leyenda de ser el lugar donde Pedro fuese martirizado llevó a consagrar el lugar a su memoria. Con unos noventa metros sobre el nivel del mar, desde el Janículo se podía ya observar el maravilloso decorado del complejo Vaticano y de su gran y extraordinaria cúpula, una obra de Arte diseñada por el mismo arquitecto que levantase el pequeño templete en homenaje a San Pedro, Donato Bramante. Este pequeño templo representaba entonces la belleza perfecta, la más clásica, aquella donde la circunsferencia perfecta de su pequeña estructura, que soportará la pequeña y perfecta cúpula, estará rodeada además de magníficas y pequeñas columnas toscanas, un tipo de columnas de un estilo dórico muy romanizado. Y es este extraordinario monumento clásico el que, entre otros muchos, aparecerá maravillosamente en la genial película italiana La grande Bellezza (2013). Porque es desde este curioso lugar, el Janículo, desde donde comenzará el filme a mostrar ya la belleza sugerente, efímera y deslumbrante de la hermosa, fragante y eterna ciudad de Roma.
¿Qué grande Belleza será esa que el director, Paolo Sorrentino, quiere hacernos ya ver? Porque, de pronto, dejaremos de ver esos maravillosos paisajes, esas deliciosas esculturas y esa esencia de fragancia equilibrada y de música de dioses, para asombrarnos ahora con la fuerte ruptura de una fiesta mundana y avasalladora. Y, entonces, el Arte tendrá que venir a ayudarnos a comprender. Porque, realmente, la Belleza es el Arte. Es decir, que es lo que, básicamente, será creado ahora por el hombre para representar lo que, en otros momentos, no pudo ya atrapar ni aprehender, ni vivir de nuevo y para siempre. La palabra Arte viene de artificio, es decir, de un tipo de maniobra para hacer algo ahora diferente, distinto a lo que es, a la realidad dolida o degradante de lo que es, y que, a veces, no llegaremos a entender que lo queremos, que lo deseamos aún, pero que ahora, cuando lo comprendemos por padecerlo, no es ya más que otra cosa diferente, aquello que antes recordábamos perdidos. Porque, ¡es así!, los seres no podremos dejar de crear cosas que nos alejen ya de alguna forma de la sensación de vacío. Unos lo conseguirán con su trabajo, alguna tarea convencional, repetitiva o codiciosa; otros, con la entrega o la compasión o la experiencia del sufrimiento; y algunos con la contemplación y la fragancia, con la nostalgia y el refugio. Pero, todos buscarán ya la Belleza, algo que no es más que la inquietud profunda por no querer perder el recuerdo -a veces de modo inconsciente- de una juventud ya perdida para siempre.
Entre los años 230 y 220 antes de Cristo el rey de Pérgamo -un lugar situado al noroeste de Turquía, muy cerca de la costa del mar Egeo-, Atalo I, mandó componer en bronce una escultura griega que recordara la victoria de su reino frente a las bárbaras tribus de los gálatas, unos pueblos celtas que habitaban ya en la Galia europea, y que luego parte de ellos se desplazaron hacia el este. Años más tarde, los romanos copiarían este mismo diseño de escultura en mármol, como con otras tantas obras griegas clásicas ellos harían, y acabaría luego perdida tras las asoladas pisadas del declive del imperio y los siglos subsiguientes. La impactante escultura representa a un guerrero gálata con un realismo extraordinario. Su figura está completamente desnuda, sin nada en su cuerpo salvo por un pequeño collar, un torque o atadura antigua que rodeaba la base del cuello.
Aquí se muestra ahora al héroe vencido, al ser que ya ha perdido todo, pero que, de todos modos, no se resistirá al vacío de dejar de ser, de no poder ser ahora. La escultura fue erigida por los vencedores, y es representado aquí, sin embargo, con el gesto admirado ya por éstos. Sus heridas las soportará con estoicismo, tratará el héroe malogrado de luchar ahora contra el destino fatídico, tratará de no perder la postura, ni el recuerdo, ni el pudor, ni el sentido. Apoyará la escultura del gálata aquí su mano fuerte contra su muslo vencido. Y como queriendo no perder ahora ya el sentido de su vigor, ni de su grandeza, ni de su momento maravilloso y efímero, permanecerá eternamente aquí esculpido para siempre, así, entre todas las miradas ahora solícitas ya por el anhelo del maravilloso recuerdo de una belleza perdida.
(Detalle de la escultura romana Galo o Gálata moribundo, de una copia griega del periodo Helenístico, siglo III a.C. Museo Capitolino, Roma; Fotografía de la actriz italiana Sabrina Ferilli; Óleo del pintor inglés Richard Wilson, 1713-1782, Roma, San Pedro y el Vaticano desde la colina del Janículo, 1753, Tate Gallery, Londres; Fotografía actual de Roma desde la colina del Janículo; Cuadro del artista italiano Giovanni Paolo Panini, Capricho romano con la columna de Trajano, el Coliseo, la escultura de Gala moribundo, el Arco de Constantino y el Templo de Cástor y Pólux, 1734, Museo Thyssen, Madrid; Escultura de Gala Moribundo, Museo Capitolino, Roma; Templete de San Pietro, Colina del Janículo, Roma; Imagen fotográfica de una vista de Roma desde la colina del Janículo; Escultura de Marforio, estatua parlante romana, Museo Capitolino, Palacio de los Conservadores, Roma; Fotograma de la película La Gran Belleza, 2013.)