La Belleza usada como influencia bienhechora, los expolios de obras sevillanas y el Arte.

Por Artepoesia




Desde que Carlomagno llegara a coronarse como emperador de Occidente en el año 800, Europa no volvió a estar unida bajo un mismo gran cetro imperial hasta que el hijo de Matilde de Ringelheim (890-968), Otón I  (912-973), consiguiese proclamarse en 936 heredero de dicho imperio carolingio, ahora como primer representante del Sacro Imperio Romano Germánico. Había nacido la hermosa Matilde en la villa de Engern, en Westfalia, Alemania, y era hija del conde sajón Teodorico y de Rainilda de Frisia. Sus padres confiaron su educación a su abuela, la abadesa del monasterio de Herford, llamada también Matilde. Allí adquirió la joven heredera los conocimientos propios de una doncella aristocrática de su época, el temor de Dios y una amplia cultura. 
El duque de Sajonia de entonces, Enrique (876-936), futuro heredero al trono de la Francia Oriental (Alemania histórica), una de las divisiones de aquel gran imperio desmembrado de Carlomagno, llegó pronto a establecer las bases para un deseado sueño de siglos: un gran imperio germano. Necesitaba para tan extraordinaria empresa una extraordinaria mujer. Así que, en una ocasión, fue informado de que esa mujer especial existía, y que se encontraba en un monasterio de Herford, Renania. Tantos maravillosos adjetivos le asignaron a Matilde, que el duque no dudó en viajar hacia el cercano convento renano. Cuando la vió y la escuchó, Enrique de Sajonia quedó asombrado por la Belleza y la personalidad tan encantadora de Matilde de Ringelheim
Consiguió así Matilde un matrimonio en 909 que la llevó a ser duquesa de Sajonia, reina de Alemania y, por fin, emperatriz de Germania. Los hombres, por entonces, podían hacer un mal uso de la Belleza, pero, ahora, ésta serviría para un épico y grandioso designio. Enrique I de Germania se sintió irremediablemente atraído por la Belleza de Matilde, y, ahora, la virtuosa y hermosa Matilde tendría sobre Enrique una influencia bienhechora. Para él llegó a ser toda una perfecta consejera y una dulce compañía. Su virtuosa personalidad, además, tuvo por entonces en el pueblo alemán del medievo un sincero y querido reconocimiento.
En el año 936 Enrique de Germania falleció, dejando, sin embargo, a todas las tribus germánicas unidas bajo un mismo trono. Matilde, quien fuera su esposa,  llegó a tener con él tres hijos varones y, aunque el mayor, Otón, era el heredero, ella quiso apoyar a su otro hijo, su  favorito, Enrique. Sin embargo, Oton fue finalmente coronado en Aquisgrán en 936 como rey de Germania, y proclamado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico veintiséis años después, el primero en la Historia. Expulsada de Palacio por el nuevo rey, su hijo Otón, Matilde de Rigelheim tuvo que volver al monasterio. Años después la perdonó Otón y regresó a su Palacio, desde donde se dedicó a realizar obras de caridad y a fomentar la fundación de muchos monasterios. Murió en uno de ellos la noche del catorce de marzo del año 968.
Cuando los jesuítas recibieron en donación unos terrenos dentro de la ciudad de Sevilla por la señora doña Lucía de Medina en el año 1600, éstos decidieron proyectar una nueva sede dedicada al santo rey Luis de Francia. Planearon construir entonces un colegio, un noviciado y una iglesia. Ésta última tardaría casi un siglo en realizarse, sin embargo los otros dos edificios fueron acabados pronto. Para la capilla del noviciado de San Luis de los Franceses, en Sevilla, decidieron los jesuítas encargar sobre 1640 al Taller de la Escuela sevillana de Arte de Zurbarán unas pinturas de Santas, que ofrecieran a la vez Belleza y Virtud. El gran pintor del barroco español Francisco de Zurbarán (1598-1664), aunque nacido en Fuente de Cantos (Badajoz), ingresó con dieciséis años en el taller sevillano del maestro Pedro Díaz de Villanueva. Allí, en Sevilla, desarrolló gran parte de todo su trabajo artístico.
Cuando los franceses invadieron Sevilla en 1810, el mariscal napoleónico Soult decidió apropiarse, robar, las obras de Arte pictóricas desperdigadas por miles en los cientos de conventos e iglesias de Sevilla. El motivo oculto era exponerlas en un gran museo, tanto en Madrid como en París. Las pinturas se trasladaron todas al Alcázar sevillano. Unas mil pinturas fueron allí depositadas, aunque, al acabar la guerra de la independencia en 1814, llegaron a salir realmente de Sevilla tan sólo cuatrocientas. Sabían los franceses muy bien qué obras debían requisar. El pintor y crítico de Arte español Agustín Cea Bermúdez había publicado ya en 1808 un catálogo, Diccionario de Artistas españoles, en donde se indicaban las mejores obras de Arte españolas y sus ubicaciones. Ha sido uno de los más grandes expolios artísticos del Barroco llevados a cabo en toda la historia de la Humanidad, y que terminó por destinar a cientos de obras maestras sevillanas por todo el mundo.

(Cuadros del Taller sevillano de Arte de Zurbarán: Santa Marina, Santa Matilde de Ringelheim y Santa Catalina, siglo XVII, 1640-1650, Museo Bellas Artes de Sevilla; Óleo del pintor Konrad Astfalck, Cortejo del duque Enrique y Matilde, 1896; Cuadro Santa Margarita, 1631, del pintor español Francisco de Zurbarán, National Gallery de Londres; Detalle del óleo de Zurbarán, Santa Águeda, 1633, Museo Fabre, Montpellier, Francia; Óleo de Zurbarán, Santa Marina -otra misma obra de la misma santa-, 1631, Museo Thyssen, Madrid; Imagen con el retrato y el sello homenaje a Francisco de Zurbarán, 1962.)